Publicamos un fragmento de Deslumbramiento, el más reciente libro del poeta antioqueño Carlos Framb
Ya se desprende la partícula del ser y la célula germinal es
fecundada, ya la simiente –fina hebra que custodia la memoria de la vida– se
escinde y multiplica, se arrastra, se adhiere y como un diminuto pez adormecido
crece y cambia, ya arborece el cerebro donde el tiempo ha de pensarse, despunta
el sexo y desciende en busca de su nicho el corazón, se fraguan el ligamento,
el tendón, el maxilar, la vértebra, la osatura que se erguirá y que será
volumen, sombra y un modo de gravitar sobre la tierra, ya se pule y colorea el
mágico cristal del ojo y se labra la mano del contar, la que trazará el bisonte
en la penumbra de la cueva, aflora el oído, se ahonda la garganta, se aboveda
el paladar y se dibuja la boca del nombrar, ya se teje la piel con minucioso
estambre y extiende su raíz el pie que medirá la noche, se decanta el perfil,
se curva la mejilla y delinea la cara irrepetible, flota el cuerpo ungido de
tibieza y nutrido por jugo maternal, ya se siente ceñido por la oquedad que lo
acoge, rompe la burbuja amniótica, estruja con la cabeza el arduo trecho y se
abre paso a la región del aire, ya asoma mínimo y azul, desnudo y tímido,
rugoso y ensangrentado, suma fuerzas, aspira una bocanada y prorrumpe en un
vagido de pavor y de victoria, ya la luz hiere el párpado, se ajusta la pupila,
y, tras larga tiniebla, se despliega la mirada que ha de atestiguar y hacer
poesía el Universo.
Bella forma de abarcar la vida naciente.
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