Distrito Grafiti |
L
o primero que golpea al pisar la Zona Fantasma no es precisamente el roñoso panorama, la suciedad, los desechos desparramados por todos lados, las edificaciones en ruinas; no: lo que realmente se te viene encima como un ramalazo es el mal olor. Una especie de presencia sólida y penetrante que te sacude entera.
Avanzo intentando sortear el detritus, la descomposición, las bacterias, las bacterias, las bacterias… los microbios, los microbios, los microbios…
Me esfuerzo en controlar las arcadas mientras me adentro en estas calles atestadas de sucios muertos en vida, con la firme intención de pasar desapercibida entre el ir y venir de todos estos desconocidos, en este pedazo de tierra de nadie, de estos miles de nadie que deambulan sin prisa y sin tiempo, con la marca del exilio pintada en sus caras.
Avanzo entre todos estos desahuciados que van por ahí compartiendo sus fluidos, su vaho, su sudor, su halitosis, su mugre y sus despojos.
En la Zona Fantasma habitan no solo alimañas y bichos de toda índole, sino miles de empaques desperfectos y en avanzado proceso de deterioro, enseñando a plena luz las claras alteraciones moleculares que presenta su organismo, la falta de regeneración de sus células y el descarado avance de la muerte, una real, definitiva e irrevocable muerte…
¿Cómo se puede subsistir en semejantes condiciones?, ¿cómo puede ser ésta una consciente y libre elección? No solo resulta difícil de creer, sino obsceno y repulsivo. Son fantasmas, sombras imperfectas, fieles discípulos del caos y la apoptosis, comemuertos impenitentes que decidieron huir del sistema y negar toda norma, toda ley, toda autoridad y regirse según sus propios términos.
A la Zona Fantasma se accede atravesando el Desierto de las Medusas, y luego este cuadro decadente en donde reinan como únicos dioses de bolsillo el individualismo, la fuerza, el engaño, la astucia y la recursividad. Aquí todo está en venta, todo es susceptible de negociar, hasta la esencia. Incluso lo que no se ha inventado, si no existe, en la Zona simplemente lo hacen realidad.
Mi IAI se apresura a descontaminar el oxígeno, un sujeto alto, extremadamente delgado, se atraviesa en la acera.
La cosa va ataviada con una vieja gorra gris, de la cual se desprende un par de orejeras largas que le penden sobre los hombros. Una especie de viejo gabán del mismo color, roído y deshilachado que le llega hasta las rodillas, le cubre una camiseta a rayas agujereada y un pantalón demasiado ancho y holgado que le baila sobre los huesos.
Se despoja de unas gafas oscuras con una extraña lentitud y solemnidad que me resulta curiosa y luego hace una mueca y muestra unas encías desdentadas. Su ojo derecho es una prótesis vieja por donde se puede observar una cuenca vacía y una serie de cables y conectores eléctricos, su ojo no es más que una pelotica que se mueve para todos lados como si no existiera conexión alguna entre los comandos cerebrales y la misma prótesis.
Su rostro ajado, excesivamente marcado por las arrugas, está enmarcado entre un cabello largo y completamente blanco, sin vida. Hace un gesto adusto, circunspecto, y enseguida vuelve a cubrir sus ojos con los lentes.
“¿Tiene alguna idea sobre cuánto tiempo habrá que mantener oculta esta historia?”, dice.
No entiendo de qué habla, y lo peor es que sigue como si nada, como si nunca se hubiera atravesado en mi camino. Un pequeño vehículo con dispositivo autónomo lo sigue como un satélite; en el interior de la máquina, expuestas a la vista, se pueden observar varias prótesis, algunas oculares, otras de extremidades inferiores y superiores, órganos biológicos e implantes cerebrales de vieja generación IA20050, completamente descontinuados.
Un ventarrón inesperado levanta una enorme nube de polvo. Sobre la acera y tirado como un trasto inservible, me encuentro con un cuerpo que yace boca abajo. Mi primer impulso es continuar mi camino sin que nada me distraiga, pero hay algo dentro de mí que siempre termina por imponerse a la lógica y a la razón.
“Esa no es una buena idea”, dice Eloysa, la IAP conectada a mi dispositivo.
“Y según su sabia majestad, ¿qué se supone que se debe hacer en estos casos?”.
“Nada. Todo lo que no esté conectado con la operación está de sobra”.
“Y según… Me estoy saliendo de los parámetros que competen a la operación. Vaya, muchas gracias”.
“De nada”.
“Siempre es bueno tener presente estas cosas”. “Descuida, para eso estoy aquí”.
“De manera. Muy bien, gracias por todo, ciao …”. “Por favor, no me vayas a…”.
“Ciao, hasta la vista. En este momento no necesito sermones”.
Me agacho y toco el hombro del desconocido. “Hola, ¿está bien?, ¿se siente bien?”, le pregunto, mis poros reciben otro embate del viento como respuesta, trago algo de polvo, lo cual me desata un momentáneo ataque de tos. Giro el cuerpo, que me parece liviano en exceso, como si tuviera entre mis brazos una cáscara vacía.
Del otro lado de la acera alcanzo a divisar unos viejos y roídos tenderetes atestados de compradores atraídos por el humo y los fuertes olores que producen los animales procesados para la ingestión. La triste panorámica me provoca un ligero ataque de asco y repugnancia.
En esta tierra de perros hambrientos y famélicos, nadie, absolutamente nadie, se interesa en otra cosa que no sea saciar sus propias tripas.
El cuerpo ya frío y acusando el rigor de la muerte, me enseña las cuencas vacías de unos ojos abiertos de par en par, que miran fijo hacia el oscuro infinito, hacia la nada. Automáticamente caigo en la cuenta de la inutilidad de mi gesto. De su boca escapa una enorme cucaracha que hace que retroceda de manera instintiva.
Era un hombre joven, famélico, sin un solo asomo de grasa corporal. No lleva calzado, ni abrigo, tampoco corazón, en su lugar hay un agujero y conectores desordenados y desprendidos. Otra cucaracha se desliza por su boca, y esta vez sí que resulta suficiente para mí.
“Eloysa, dame un mapeo completo de la zona, evalúa los posibles elementos hostiles circundantes y, por favor, dame la ubicación exacta del primer elemento”.
“Te dije que no era buena idea”.
“Tienes toda la razón, debí escucharte”.
“Por el momento no hay registro de posibles elementos hostiles a la redonda. Latitud Oeste, antigua capital portuaria. Divisado primer elemento a 2500 metros latitud norte”.
“Gracias, Eloysa”.
“No está de más recordarte que debes evitar el contacto con estos salvajes”. “Sí, ya lo sé”.
“Podría enumerarte una a una las 5325 posibilidades en las que esta exagerada exposición de tu parte puede terminar mal”.
“No hay ninguna necesidad de exagerar”.
“Yo solo pinto un cuadro fáctico de la realidad circundante”. “¿Y qué se supone que tengo que hacer?”.
“Ser mucho más cuidadosa y menos confiada. Por lo menos con un mimetismo adecuado llamarías mucho menos la atención”.
“Muy bien. Sugerencia procesada. Lo tendré en cuenta para la próxima”. “Deberías hacerlo en este mismo momento”.
“Gracias, pero no me apetece. Hasta luego”. “No se te…”.
“Ciao”.
Lascivia- bar.
Sobre el escenario tres jóvenes danzan mientras se van despojando de la ropa al compás monocorde y acelerado de una canción popular. Rodeando el escenario varias mujeres sonríen levantando sus vasos al aire. Algunas aprietan sus labios contra los de sus compañeras de mesa, otras se toquetean, otras aplauden mientras beben.
En la barra, uno que otro sujeto solitario contempla ensimismado su bebida destilada. El chico ubicado en el centro del trío de bailarines realiza una acrobacia que sus piernas modificadas le permiten, que no son otra cosa más que un par de implantes descontinuados, de esos que se empleaban antes de la revolución molecular.
Un sujeto excesivamente alto, que atiende los pedidos detrás de la barra, sonríe sin motivo mientras realiza unos ridículos pasos de baile y su cabello le cambia de rubio a moreno, de blanco a rojo, de azul a castaño, al ritmo de los beats acelerados de la canción que se escapa de los reproductores de sonido.
Cuando los jovencitos se despojan de toda la ropa, el bar entra en calor y la salva de aplausos y el vitoreo no se hace esperar. El rubio del extremo izquierdo se roba la atención de todos gracias a las erecciones espontáneas y a los movimientos rápidos y exagerados de su miembro que maneja a total voluntad. Alrededor de su glande se pueden observar los filamentos electrónicos y los conductos modificados que le permiten su espectáculo.
“¡Eloysa, Eloysa, necesito contacto visual con el elemento!”.
“Dame un minuto. La recomendación es dejar este lugar lo más pronto posible; todos y cada uno de los presentes se constituyen en elementos potencialmente hostiles”.
“A veces siento que olvidas toda mi experiencia y mis años de entrenamiento”. “No se trata de eso, es… No sé cómo explicarlo…”.
“Olvídalo, concéntrate en el elemento”.
Ilda la Desertora.
“De acuerdo. Reconocimiento facial, lectura biométrica concordante. Esquina derecha junto al rincón. Ilda Val Kiriart, más conocida como Ilda la Desertora, ex miembro importante de la FA perteneciente a las primeras falanges, fue degradada y expulsada durante la cuarta oleada de purgas. Fue acusada de apropiación de recursos, desacato y conspiración”.
“¿Por qué repites todo eso, Eloysa, si sabes que yo tengo esa información más que procesada?”.
“Porque lo considero necesario y práctico, lo siento. ¡Cuidado, arma letal!”.
“Eso sí que es importante. Pero tranquila, en esta ecuación a ella le resulta de mucho mejor provecho mantenerme intacta, sin un solo rasguño, o de lo contrario jamás conocerá lo que es un empaque nuevo. Es más, podríamos estar seguras de que de ahora en adelante contamos con una guía y con seguridad personalizada”.
“Contacto visual y reconocimiento asegurado. Preparados”.
“No hay problema”.
Alta, robusta, de facciones duras, Ilda es una mujer que lleva marcado el paso del tiempo en su rostro. La mujer es poseedora de un raro temple, una especie de rudeza salvaje que habita en su mirada.
El barman sirve un par de tragos dejando las copas al alcance de sus manos, la larga barra poco a poco se ha ido poblando de curiosos que buscan de cualquier manera acercarse para observar mejor el particular espectáculo.
Ilda vacía la copa de un solo envión y la vuelve a poner sobre la barra de un golpetazo seco y enérgico. Escanea completa a la delicada mujer que tiene enfrente, la esculca de arriba abajo, empleando esos ojos fríos cansados ya de tanto trasegar por un mundo que no ofrece treguas ni concesiones.
“Es hora de largarse de aquí, niña, antes de que toque abrirse paso a punta de pistola. Uno no puede meterse en un nido de víboras como este con un empaque así de inmaculado. Allá atrás ya están negociando desde tus ojos hasta tus tetas. ¡Muévete, niña!”.
Dice con un tono de voz igual de áspero al de sus bruscos ademanes.
La noche sube de temperatura, los cuerpos de alquiler, de estos jovencitos desesperados, brindan y sonríen, entre el humo de cigarrillos de colores y sabores estrambóticos, entre exóticos licores que fungen como aperitivo para invitar los discretos placeres de la carne, entre alegres conversaciones de mero tránsito, antes de concretar la transacción.
Cada una de las luces están dispuestas para invitar a la intimidad y la discreción, en medio de una abundancia de cuero, piel al descubierto, risas, bebidas, danza. Todo lo que está ocurriendo frente a mis ojos es ilegal, prohibido y fue erradicado completamente a lo largo y ancho de las cinco localidades.
La música del océano.
Ganan la calle y se enfrentan a otra noche desprovista de luna y estrellas, a un cielo, que no es otra cosa que un agujero negro y oscuro, un hueco gris del que empiezan a caer delicadamente pequeñas motas blancas. El frío arrecia, la calle es una boca hambrienta y abierta que las engulle sin masticar.
Rodean la calle con lentitud desplazándose con disimulado sigilo entre charcos y agua estancada. Rezagos del fuerte aguacero que cayó mientras ellas estuvieron bajo las luces estroboscópicas del bar.
Ahora acusan un persistente goteo fragmentado, lo suficientemente fastidioso para generar incomodidad. En especial las calles de la Zona Fantasma no gozan de una gran vitalidad y no se trata precisamente de la lluvia. En los pocos rostros de los atrevidos y necesitados cuerpos de alquiler que caminan la acera como si nada, se adivina el miedo y la desconfianza.
Ilda marca un paso rápido y firme. Doblamos la esquina para desembocar en un callejón oscuro. Se detiene, me toma de la mano y se lleva el dedo índice a la boca. Nos volvemos a mover, esta vez con mucho sigilo. Se vuelve a detener y se pega a la pared, recostando la cabeza y la espalda, me hace un par de señas ordenando que haga lo mismo. Bate un par de palmas y ordena con firmeza a su IAP.
“¡Camaleón!”.
Quedamos envueltas en una falsa fachada holográfica, que nos permite ver de adentro hacia afuera y nos proporciona un mimetismo perfecto. A escasos centímetros vemos pasar a un grupo de cuatro mujeres y dos sujetos que llevan armas desenfundadas. Todos estaban departiendo hace unos momentos en el mismo bar de mala muerte que acabamos de abandonar. Durante varios minutos se dedican a revisar y a hurgar por los alrededores, luego se dispersan, tomando cada cual un camino diferente.
Una vez que se pierden de nuestro alcance focal, Ilda se pone de nuevo en movimiento y volvemos a tomar la calle. Regresamos por donde vinimos, como recogiendo los pasos, y luego tomamos la bocacalle buscando el oeste por un callejón largo que desemboca en las postrimerías del Desierto de las Medusas.
Gracias a los conocimientos de la zona y a la ya curtida relación de Ilda con estos recovecos y estas callejuelas desamparadas y sin ley, logramos ponernos a buen resguardo. Ingresamos a una vieja edificación que parece abandonada. La primera habitación tiene una extraña forma redonda, es un recinto amplio, espacioso. Ilda se detiene en el centro de la habitación, cierra por completo los ojos y me dice.
“Cierra los ojos y escucha; sé que eres demasiado joven para reconocer de golpe este sonido, pero solo inténtalo”.
“Qué, cómo”.
“Shhhhhhhh”, ordena, convocando el silencio o, mejor, a los sonidos que solo son percibidos precisamente cuando intentamos que el mundo se detenga.
Una especie de rumor que crece y crece me empieza a recorrer el cuerpo, una especie de rugido cadencioso, acompasado y tranquilo. Algo que no logro asir ni interpretar con las palabras, una energía pura y tranquilizadora que me empieza a arrullar.
“¡Eloysa, Eloysa!, ¿me puedes sacar de esta vergonzante ignorancia?”.
“Cómo no. Revisando en los archivos. Esto que escuchas no es más que un fenómeno natural. La llamada música del océano, los sonidos producidos por las olas del mar, que siempre estaban en constante movimiento. Cuando la fuerza del agua tocaba la costa o embestía contra las rocas generaba esa vibración acústica, que terminaba reproduciendo esa especie de bramido”.
“Bienvenida al Caracol, el único lugar de toda la Zona Fantasma en el que se produce esta cosa maravillosa. Ahora sí podemos seguir adelante con nuestro asunto. Aquí nadie nos puede interrumpir, nadie puede intervenir con nuestra transacción. ¿Están listo los códigos de acceso?, ¿el indulto? Y…”
“Todo está listo y debidamente coordinado. Todo: el acceso a los recursos y a la información solicitada. Y lo más importante, el nuevo empaque. No serás perseguida, la FAS borró ya el expediente. Lo único que no tienes permitido es la reincorporación, seguirás confinada a la Zona Fantasma”.
“Les puedes comunicar a las culos fríos de tus jefas que no tengo ningún interés en su mentira y en su mierda de sociedad perfecta. ¡Qué se jodan todas! Hasta tú, bonita criatura valiente. Jajajajajajaja. Tienes esas tetas bien grandes niña bonita para meterte así sin protección a la Zona Fantasma. Jajajajajajajaja. Diles a tus jefas que lo único que necesito es que me cumplan”.
“Aquí quien ha cometido delitos y ha infringido la ley es…” “Podrías callar a ese bicho no-biológico”.
“Adiós, Eloysa, gracias por los datos”. “¿Cuáles son mis garantías?”, pregunta Ilda con los puños cerrados, que reposan sobre su gruesa cintura.
“Todas. Todo aquel que le sirve bien a la FA siempre será recompensado. Extiende tu brazo”.
Ilda extiende su brazo derecho ofreciendo la palma de su mano. “Dame acceso”.
Ambas digitan sobre sus muñecas los respectivos códigos, luego las acercan a centímetros y el trato queda sellado.
“Es hora de irme. Hasta aquí llega mi responsabilidad y mi parte del trato”. “¿Y dónde encuentro a mi elemento?”.
“Después de esta habitación debes seguir hasta el final del callejón oscuro que precede a esta estancia; una vez culmine, allí encontrarás lo que buscas.”.
Me da la espalda y se marcha sin más, sin un gesto ni una palabra de sobra. El callejón es un agujero húmedo y oscuro, prolongado, casi interminable.
“Eloysa, necesito luces, no tengo idea de hacia dónde voy”.
“Realizando diagnóstico. Te quedan menos de 20 pasos para ganar la salida; no registro por el momento amenazas o elementos hostiles”.
“Muchas gracias”.
“Siempre lista para el servicio”.
“A veces sería bueno que no lo estés tanto”. “No entiendo”.
“No es nada”.
“Nada, esa frase no es coherente con lo que acabas de expresar”. “Olvídalo. Por el momento necesito volverte a bloquear”.
“Pero aú…”.
Los soñadores.
El callejón conduce a otra enorme estancia ocupada por cientos de cuerpos en reposo que yacen en pequeñas camas ordenadas en hileras. La mayoría conectados vía intravenosa a soluciones salinas y suero de sustento. El terrible olor hace imposible la respiración, una mezcla de sudor, heces y orina concentrado. Todos y cada uno de estos seres en reposo están conectados a dispositivos IAI, que a su vez están conectados a una matriz que les da acceso a la plataforma.
Un hombrecito de rostro oval y bigotes delineados, casi que milimétricamente dibujados, se acerca a mí con un particular modo de caminar que me resulta gracioso, además de sus enormes orejas y la extraña bata blanca atiborrada de polvo y suciedad; el hombrecito no camina, se balancea de un lado para otro como un antiguo autómata de esos fallidos que terminaron descartados precisamente por su antinatural despliegue motriz.
“Bienvenida. ¿Cuántos meses de conexión desea? Antes de asignarle un cupo necesito que llene estas formas, por favor”.
No solo se trata de su rostro, de su forma de caminar, ahora me sorprende mucho más su extraño tono de voz, grave, profundo, bien modelado, en completo contraste con su extraño cuerpo asimétrico.
“No, no vine a eso. Ilda me dijo que todo estaba arreglado”. “¿Ilda, cuál Ilda?”
“Ilda, la Desertora”.
“Ahhhh, la Desertora. Muy bien, disculpe la confusión, pero ya está claro. Haberlo dicho desde el principio. Ilda La Desertora, claro que sí. Muy bien, nos ponemos en ejercicio de ipso facto. Cupo 225, hilera 23. Acompáñeme, por favor”.
Por sus ojos desfilan cientos y cientos de cuerpos famélicos, pegados al hueso y al tuétano, algunos en completo reposo, como si hubiesen entrado ya en la total desconexión que supone la muerte real. Otros menos desgastados y muy activos, moviendo los brazos o las piernas; otros solo con la cabeza en movimiento, el rostro enjuto, adusto, marcado por el tiempo. Algunos tan famélicos que ya no son más que cadáveres momificados en los que aún se percibe un mínimo impulso vital y nervioso. Todos y cada uno de ellos idos y con los ojos apagados, como si la presencia de sus cuerpos fuera solo un reflejo, una ilusión, un espectro…
“Perdóneme, por un momento pensé que usted era otra soñadora; aunque, pensándolo bien, por su aspecto, dudo mucho de que alguna vez haya probado de estas amargas mieles”.
“Está usted en toda la razón. ¡Eloysa, Eloysa! Dame la ubicación exacta del elemento”.
“Divisado el elemento, estamos a pocos pasos de su encuentro. Signos vitales funcionando y óptimas condiciones, estado físico en orden. En reposo inducido y contemplado desde hace 45 días”.
El hombrecito se detiene frente a una de las angostas camas, revisa unos ficheros que cuelgan de una de las esquinas.
“Aquí está, El Colorado Tourette, un consuetudinario asiduo de esta Casa de los Sueños. Tourette es un soñador regular y controlado, nunca ha extendido su viaje por más de 120 días”.
Retira con mucho cuidado el dispositivo IAI de la sien del Colorado y este se incorpora en la cama casi que de un salto. Sacude con fuerza su cabeza e inicia con una rápida y repetitiva contracción y distención involuntaria de su rostro. Saca la lengua, la esconde y arranca con una sarta de maldiciones.
“Mierdas andantes, putos culisucios, comemuertos, matasoles, alimañas necrófagas, tragaculos…”.
Virgil espera que se calme un poco y lo mira directo a los ojos para soltarle una sentencia.
“La máxima jerarca de la FA envió por ti. Te necesitamos, Colorado. Tenemos un importante encargo para ti y no tienes una solo opción, una sola posibilidad de negarte”.
Su cabeza comienza a sacudirse una vez más, contrae y abre la boca, los pómulos, luego cierra y abre el ojo derecho, después el izquierdo, saca la lengua y la vuelve a guardar para terminar con otra ráfaga de maldiciones y puterías.
“Pero quién es el puto comemuertos, culisucio, salvaje marrano, mataestrellas, tragapalos, malnacido, masticahuevos que se atreve a interrumpir mi…”.
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Carlos Polo (Barranquilla, 1973). Autor de Polifonía de Colores, Testamento de la barriada, La suerte del perdedor. Dirigió la editorial Labra Palabra.
Wow!
ResponderEliminar¡Tremendo cuento!
ResponderEliminarEXCELENTE ESCRITO.! LA FORMA EN CMO SE EXPRESA BELLAMENTE DE ALGO TAN TOSCO, COMO RESALTA LO NORMAL Y LO VUELVE EXTRAORDINARIO INTERESANTE.
ResponderEliminarLA I.A, es fantástico ver que ante nuestras manos tenemos pasando la evolución tecnológica de tal manera que estas maquinas adquieran experiencia, se adapten a nuestro entorno, y realicen tareas cómo lo seres humanos incluso teniendo la capacidad diabólica de tener resultado según algoritmos en microsegundos.
ResponderEliminarLa zona fantasma nos da a entender como la tecnología va destruyendo poco a poco el mundo, como priorizan a las inteligencias artificiales, como las hacen partes de ellos, existen personas que asumen como conducta de vida el mundo irreal que ofrece la tecnología, perdiéndose asimismo, haciendo referencia a los soñadores.
ResponderEliminarLa zona fantasma es estilo una ciudad espantosa con mucho fango y llena de sucio donde se encuentra gente sin vida y controlada por un gobierno dejándose llevar por la tecnología
ResponderEliminarExcelente cuento, podemos observar como este cuento nos da información implícita, como el poderío es comandado por mujeres donde convirtieron esta sociedad del cuento en una anarquía.
EliminarLa periodicidad del cuento nos muestra un futuro de miles de años donde la tierra es devastada y esta dividida por zonas, incluyendo la fantasma.
Veo una analogía acerca del deterioro de la sociedad que puede ser visto como una critica a esta, además donde la vida y la seguridad de las personas son descuidadas y tratadas como objeto mostrando la falta de empatía y responsabilidad social dentro de la misma. En mi caso pude reflexionar y entender como puede ser esté cuento un llamado a la acción para hacer cambios positivos e inspirar a las personas a tomar medidas para mejorar las comunidades.
La zona fantasma es un cuento que le expone a la sociedad cómo a través de la inteligencia artificial se puede imitar la función cognitiva de los seres humanos. En este relato, se expone la capacidad que tienen las máquinas para identificar todo aquello que se encuentra en el entorno y cómo poco a poco se va deteriorando el mundo e incluso la vida misma de las personas que lo habitan.
ResponderEliminarEl hablante narrativo de este cuento nos invita a ver la sociedad desde una manera totalmente diferente. En la ciudad fantasma los hombre son los objetos sexuales de las mujeres, siendo las mujeres las que tienen el poder y el control en esta distopía. Así mismo los lugares utilizados me hacen alusión a las zonas urbanas que se encuentran el centro de nuestra ciudad, por ende cada vez que leía recordaba esos lugares y me situaba allí convirtiendo la lectura en imágenes en mi cabeza.
ResponderEliminarLa profundidad de los sentimientos que poco a poco se producen en la protagonista, una posible inocencia que expresa mientras camina por cada estación y, en cierto punto, esa representación cruda de las diferentes maneras en las que se puede encaminar la vida, en un mundo donde la desgracia es materializada. Reflexiono sobre esos sentimiento de resignación que sienten cada uno de los personajes ajenos a la protagonista, demostrando que, muchas veces, las partes oscuras de la vida, en ocasiones son más valoradas, que la propia felicidad, siendo así como, finalmente esta oscuridad y melancolía forma parte del mundo terrenal.
ResponderEliminarNo es secreto que hoy día vivimos en una sociedad netamente patriarcal, aunque no tanto como antes, este cuento hace una crítica a esto, como la mujer debería tener más presencia en el manejo de dicha sociedad. Y como esto se comprueba allí.
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