Cuento de lunes festivoSelnich Vivas Hurtado
Padezco de una morbosidad bastante común entre nosotros. Soy
un cretino del afecto. Hombre de ciencia y académico que no ha podido diagnosticar
ni aceptar científicamente la existencia de mis males. Pero hablemos, por
ahora, y a la espera de un nombre más preciso, del cretinismo afectivo. Nos encontramos a la espera de una etiología
completa que provenga del consenso de pacientes, afectadas e investigadoras de
otras latitudes. Mi autodiagnóstico es una invitación a buscar la cura para
este flagelo. Lo dicho: El estudio del cretinismo afectivo se encuentra en las
primeras etapas del trabajo de campo, en las primeras mediciones de laboratorio,
a pesar de que esta patología se ha extendido exponencialmente entre nosotros
desde hace varios siglos y de generación en generación. No existe hoy en día en
el planeta ninguna persona, sea hombre o mujer, que no haya visto o padecido,
como agente o como receptáculo, las devastadoras energías de esta enfermedad. Cuando
una patología se extiende de manera incontrolada se debe, efectivamente, a la
negación social de su existencia. Los dolientes no consultan la opinión de sus
seres amados por vergüenza a reconocer que son unos cafres arrogantes. Si digo
que soy un cretino afectivo no juego con las palabras. Tal vez soy, desde hace
pocos minutos, un privilegiado, pues ya reconozco mi torpeza supina y estoy
dispuesto a remediarla, a dejarme reeducar. Aclaro que no pretendo excusar el
origen de tal disfunción del sentir ni legitimar sus consecuencias nocivas. Soy
un cretino afectivo que acaba de despertar después de cuatro matrimonios,
cuatro hijos (dos propiamente biológicos, uno adoptado y el último, el más deseado,
que no pudo ser concebido).
¿Por qué cretinismo afectivo? La definición podría
confundir. Queremos, no obstante, que nos ayude a entender el problema. Por
cretinismo entendemos una deficiencia, un desarrollo incompleto o disfuncional
de un órgano, sentido, parte de un organismo. El órgano que más se ha atrofiado
en mí es el afecto. Deberíamos ser hijos del afecto, pero en verdad apenas
somos hijos de un afecto exiguo. Esta falta de dulzura y cariño antes, durante
y después de la concepción nos ha trazado un funcionamiento afectivo inferior a
lo normal, nos predispuso a la desconfianza, la agresión, al lenguaje soez y
camorrero, a la discordia cotidiana y a la arrogancia en los encuentros
públicos e íntimos. El cretino afectivo ve en sus semejantes, próximos o
lejanos, desnudos o vestidos, un círculo de enemigos al acecho. Los seres más
allegados, padres, parejas, hijos, no alcanzan jamás la categoría de amados o
respetados, pues todos ellos son siempre inferiores al cretino incapaz para el
afecto. Amar, acariciar, enamorarse, respetar, escuchar, escuchar, por favor,
dice la amada ida, escuchar al otro son muestras de esa debilidad repugnante
del cretino afectivo. El cretino afectivo jamás se puede ubicar en el lugar de su
amada. No es capaz de comprender la situación del otro, siempre juzga la
sensibilidad y el cariño de otros desde su propio desprecio. El que se enamora
es un débil, un torpe, le vocifera a su pareja, a sus amigos. De hecho, para el
cretino afectivo el amor, la amistad, la solidaridad, la lealtad y la complicidad
irrestricta con los sentimientos del otro son los valores más despreciados y
anacrónicos. Sin querer decir que el cretino afectivo no se enamora. Esto sería
faltar a la verdad. Todo lo contrario: vive un enamoramiento reprimido,
autoprohibido, pero permanente. Todo cretino afectivo es un enamoradizo. No
encuentra anclaje en ninguna relación.
El cretino afectivo despierta de su letargo, de su
envenenamiento congénito, cuando la amada se va. Una llamada a media noche de
una voz por momentos conocida, por momentos completamente nueva, dice: Me he
dado cuenta que yo no soy importante para ti, que hay otras personas, otras
actividades que ocupan tu atención, llevamos meses sin hacer el amor, llevas
días sin llamarme, sin venir a buscarme. No entiendo cómo dices que soy tu
esposa, tu novia o tu amante. Así que por favor no me vuelvas a buscar. Quiero
iniciar una vida placentera y plena al lado de alguien que sí me valore. Tú
eres incapaz para amar, dice antes de cortar. Para ella no vale la pena
escuchar la respuesta. Ya la conoce de antemano. El cretino es portador de un
sonsonete: Antes de formar una pareja, tener familia y comprometerse con
alguien es indispensable estudiar, trabajar, tener una solvencia económica, una
estabilidad social. Antes de gastarse el dinero con la pareja es prudente
analizar las consecuencias de desperdiciar los ahorros. Antes de gastarse unos
minutos con la pareja es conveniente trabajar durante todo el día. El trabajo
es lo más importante para el hombre, el trabajo y sus amigos para ir al fútbol,
para emborracharse, pero a la pareja se le debe excluir de estos espacios de
alegría y diversión. El cretino afectivo siempre tiene algo más importante que
hablar con sus hijos o sus padres. Su objetivos son trascendentales; los de
ellos triviales.
La amada que corta la llamada ha derramado lágrimas
recordando los diálogos con el cretino. No eran diálogos propiamente dichos. El
único que hablaba era el cretino. Un ruido al volante, en la cama, en la
cocina, después de ver la película, mientras departían una cena de aniversario,
hasta en la ducha antes o después de luchar cuerpo a cuerpo. El cretino no
siente el placer de hacer el amor como un estar juntos; ve su potencia sexual,
su deseo cumplido, su búsqueda de otras mujeres. Quiere hacer bramar a su
pareja. No sabe esperar a que la amada alcance su orgasmo. O solo piensa en el
orgasmo de la amada y no en ella, en lo que ella vive y siente en cada
instante. En lo que le rodea y le hace feliz. Es de esos que eyacula y se queda
dormido. Lo característico del cretino afectivo es que sus oídos y su piel solo
funcionan cuando responden a sus propias fantasías masculinas. Las escenas se
repiten en los ojos de la amada que se aleja. Mientras ella dice que la
directora de la película ha hecho un buen trabajo fotográfico, el cretino mira
al techo, se rasca la nariz, se limpia los oídos, toma el celular, pregunta
dónde han dejado el coche o simplemente cabecea de manera desagradable. Cuando
la palabra vuelve al cretino, porque la amada se cansa de esperar
interlocución, su rostro recupera la vivacidad, el interés. Es el momento de
enseñar a hablar sobre cine. Lo mismo se produce en cualquier lugar de la casa.
Si ella prepara el arroz, con esmero, con delicadeza y experimentación, el
cretino solo atina a decir te quedó bien. Es un arroz espectacular, colorido de
cúrcuma y achiote, decorado con quinua y amaranto, con una hojitas de albaca y
menta, pero el cretino ve en el talento ajeno apenas la simpleza. No puede
reconocer que este arroz es cien veces mejor que al blancuzco arroz que su
lengua subdesarrollada está acostumbrada a saborear. “Te quedó bien, muy bien,
rico”, toma la mano de la amada e intenta remendar el daño con un beso. Pero el
puto daño está hecho, me entiende, piensa la amada ida, y no tiene remedio.
Ninguno de los daños afectivos del cretino afectivo podrá ser reparado si el
cretino afectivo no es reparado afectivamente. Mejor dicho: hay que volverlo a
hacer, es decir, hay que alimentarlo con altas dosis, sobredosis si es
necesario, de ternura, de cariño, de terapias en las que entienda que tiene que
volver a creer en la compañía, en la sentimentalidad, en la vida espiritual, en
la comunidad, en el compartir, en la complicidad de lo cotidiano.
Todas, todas esas palabras le parecen al cretino afectivo
deficiencias de la gente primitiva. Gentes que todavía no creen en la ciencia,
en el éxito producto del trabajo personal y por eso, por su torpeza se vuelven
predicadores de las iglesias del amor. Toda conexión con el cosmos y la energía
de vida son actos ridículos que el cretino afectivo no está dispuesto a
compartir con nadie sus sentimientos más íntimos. Caminar por el bosque y
buscar un claro donde se sientan las presencias ancestrales, dar un abrazo a la
amada, besarla y quizá amarla allí, son imaginaciones de lo más aburridoras. Al
cretino afectivo no lo conmueve el mar en su inmensidad de espuma y horizonte ni
el atardecer desde la montaña entre rojos anaranjados y grises azules. Mucho
menos los rostros de los bebecitos absortos en su descubrimiento del mundo ni su
balbucir el estar en la vida. Tampoco el vientre embarazado que repite la magia
del origen de la vida de todas las especies. Un embarazo es, para el cretino
afectivo, un problema. Lo que se salga de una lógica racional, de una
sistemática explicable, no le cabe en el corazón al cretino. Pensar desde la
cabeza y no desde el corazón, desde la mente y no desde el hígado, desde el
cerebro y no desde el páncreas, desde el lenguaje elaborado y no desde el bajo
vientre, se auto enajena. El cerebro es prueba de garantía de que una meta será
cumplida. No es bueno desviarse del camino, piensa el cretino.
La amada que se va termina la llamada abruptamente para
llamar de inmediato a la amiga consejera y contarle lo mal que se siente
después de haber aguantado cuatro años al lado de un idiota que no se permite
la vida. Un idiota que tiene miedo a sentir. El cretino afectivo, le explica a
la amiga, se encuentra desorientado en el mundo de los sentimientos. Si se
encuentra a la amada que le hace vibrar y acelerar el pulso, el cretino piensa
que ha llegado la hora de regresar a casa. O, en los mejores casos, si se
atreve a probar, acepta la invitación al afecto en medio de condicionamientos.
Se deja llevar o lleva a la cama, pero no se arranca de la cabeza el paso del
tiempo. Va contando los segundos que esta actividad extraintelectual le reduce
al tiempo que requiere para escribir un poema monumental. No se entrega
completamente al acto sexual. Se encuentra en otra parte y finge cumplir con su
estar allí, que es un buen amante, un sintiente normal. Por eso se levanta, se
ducha y se despide con la promesa, que de antemano sabe incumplida, de volver,
de volver pronto.
Y el chingón no vuelve. Se va a su casa a llorar, pues de
repente, siente que por primera vez lo han derrotado. Que entre su cabeza y su
falo se produjo un cortocircuito. Que antes de confesar que está enamorado, que
antes de devolverle la llamada para confesárselo y pedirle perdón por su
torpeza, prefiere colgarse de un madero. Eso sí no sin antes dejar redactado el
último acápite de un teorema matemático aún no resuelto. “Ay mujer, dice la
amiga consejera, qué te puedo decir, el mío era mucho peor que el tuyo. Casi
que no logro dejarlo. Era un hombre muy hábil para esconderse detrás de un
discurso que, por momentos, parecía tan fuerte pero que era, en realidad,
contradictorio y frágil. Me cansé de su abuso de poder en la vida cotidiana, de
su inclinación a la guerra, a hablar mal de la paz. Claro, el amor no se
pierde, yo conservo un sentimiento lindo hacia él, pero las relaciones se
acaban, por muchas razones se acaban”. El cretino afectivo volvió a buscar a la
amada, pero ya era tarde. Se encontraron en un lugar público. Ella le repitió
las palabras de su amiga y, en tono dulce, le aclaró: “Mejor no peleemos más, dejémonos
de una vez para siempre, tranquis, ¿sí? El cretino afectivo no se deja vencer
fácilmente y pide perdón: Me alegra, dice la amada ya ida, que te des cuenta de
tus errores, porque eso te va a servir para tus relaciones futuras. El cretino
no quiere perder, vuelve a insistir, ahora llorando. Le declara su amor, sus
proyectos comunes, una familia, un viaje, una cena tranquila. La amada, cada
vez más firme, le da la última bofetada, con una buena dosis de cariño. A la
hora que se te da por publicar nuestro amor, jajajaja. Se refiere a las fotos
que él publicó hace unos segundos en su muro. No entiendo, sinceramente, el
absurdo masculino. Muy buena la idea de la foto, para antes de mayo de 2016.
Aprende, cretino afectivo, a amar a tiempo.
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Imagen: Scoopit, procesos mentales, caricatura
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Imagen: Scoopit, procesos mentales, caricatura
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