AVANCES, AUTORES, FICCIÓN, NUEVAS VOCES

Lo recuerdo todo, un cuento de Rodolfo Calzada Alfaro

Baby boy doll, Wikimedia Commons

C

aminé enlazado de la mano de Citlali, como novios, a través de calles poco alumbradas. Anduve despacio, demorando la llegada al lugar. A su lado, la noche parecía más bonita. El silencio nocturno me hizo recordar aquella velada cuando la besé por primera vez. El beso fue iniciativa de ella. Siempre fui pésimo en las declaraciones y yo interpreté ese beso como una declaración formal. Aún recuerdo cómo mis labios y sus labios se encontraron en un contacto lleno de sueños, palabras y silencios.

Citlali estaba sigilosa, pensativa y caminaba sin conversar. Su mirada guardaba incertidumbre. Pensé las palabras que debía modular en mis labios para que comprendiera por qué no deseaba quedarme con ella.

Llegamos a la dirección. Me detuve frente al portón. Todo comenzó.

― No quiero celebrar Navidad, amor ― dije, mientras tocaba las manos suaves de Citlali. Puede decirse que cuando admiraba sus ojos tan perfectos y su boquita con sabor a miel, me sentía muy feliz.

― Emilio, quédate conmigo. Por favor ― respondió.

En ese tiempo, yo tenía treinta y dos años. No gozaba de los encantos de la Navidad. Nunca había disfrutado de esa época. Me hubiera gustado celebrar esa fecha, pero siempre que festejaba ese día, llegaban esos malos recuerdos a mi memoria; habitaban en mi tristeza, y las imágenes de mis viejas nostalgias pululaban en mis emociones con perdurabilidad.

― Anda pequeña, ve con tu familia, prefiero dormir. Me siento cansado por el trabajo ― le contesté y de inmediato, observé su negativa indisoluble en su rostro ante mi respuesta.

― No me hagas esto. Me causa amargura saber que te quedarás solo ― mencionó. Aún recuerdo cómo sus ojos amenazaron con llorar.

Jamás me había gustado mirar su manera de sollozar, sabía que yo era débil ante sus lágrimas. Que no toleraba ver esa parte de ella. Siempre había accedido a sus caprichos sólo para evitar ver que derramara gotas de agua salada sobre sus pómulos redondos y rosas; pero en esa ocasión, una parte de mí se mantuvo firme.

― No puedo quedarme. Tú sabes que ésta es una fecha que prefiero no celebrar. No lo hagas más difícil. Considero lo más prudente ir a descansar. Fue un día demasiado agotador.

― Quédate, no se me hace justo que te vayas y me dejes ― agregó. Sus ojos se comenzaron a llenar de esa sustancia líquida.

La escuché, haciendo lo posible para que su drama no funcionara y que no me convenciera de quedarme. Entonces brotó mi negativa:

― No te quiero hacer sentir mal cariño, prefiero que no escuches aquellas cosas nostálgicas que cuento cuando estoy con alguien en Navidad. Me harías un gran favor si hicieras caso a mi voluntad. Mañana nos vemos y hacemos lo que tú quieras. ¿Qué te parece si vamos a comer a ese lugar bonito que tanto te gusta y te compro una cerveza artesanal? Te quiero, te quiero, pero hoy no puedo estar contigo; por favor, entiéndeme.

Habíamos acordado aquella vez que la llevaría a casa de su abuela y que me retiraría sin mayor inconveniente, pero siempre fue una necia. Anhelaba que estuviera con ella.

― Estoy triste porque te quedarás solo, quiero estar contigo Emilio. Pero tú no quieres. No tengo más que decir, no te puedo obligar.

Enseguida comenzó a llorar. En esa ocasión su llanto era diferente. Me di cuenta cuando permanecí por más de un minuto mirándola. Al verla triste, me quedé pensando en marcharme o quedarme a su lado. Me pareció descortés no acompañar a Citlali en ese día que era especial para ella; pero, al final me fui. Fue obvio que le disgustó que me alejara y puse cara de sentimiento al saber que terminó llorando.


Eran las doce de la madrugada. Sonó el teléfono celular:

― ¿Estás ocupado Emilio? Quiero hablar contigo.

― No, no estoy ocupado ― contesté, al tiempo que observaba por la ventana luces como de color oro que subían de manera veloz, que se alargaban, que explotaban y se esparcían como pájaros en parvada.

― Te estoy hablando, Emilio ¿Estás ahí?

― Sí corazón, aquí estoy. Te escucho.

― ¿Por qué no te gusta la Navidad?

La pregunta zumbó en mis oídos. Me quedé callado, caminando con el teléfono, con gran capacidad de retentiva, sin contestar y evocando que a lo largo de mi vida he tenido una multitud de malas experiencias en esa fecha, que guardo en lo más profundo de mis recuerdos, de las que prefiero no hablar.

Citlali no es capaz de comprender por sí sola que no quiero celebrar Navidad. Me parece fastidioso contarle todo. Rememorar y explicarle a ella que hace quince años en este día asesinaron a mi abuelo cuando yo era un adolescente. Tener que dar detalle de todos esos traumas que viven en mi imaginario como si fuese un niño y que se han quedado atrapados en mi sistema límbico por el resto de mis días.

Decido colgar el teléfono y no contestar su pregunta. Vuelve a llamar, contesto. Entre un mar de lágrimas dice:

― Perdóname. No quería hacer esto. 

Y terminó la llamada.

Soy una persona incomprensiva. Se encuentra melancólica porque no quiero estar con ella. ¿Acaso debo ir a casa de su abuela y sorprenderla con mi llegada? La culpa de que odie esta celebración no es suya, es mía. Lo que me molesta no es la Navidad, sino aquellos desagradables recuerdos que brotan de mi pasado al escuchar esa palabrita que hostiga a mis oídos, como un mosquito cuando no deja dormir. ¿Navidad? ¿Por qué no me gusta? ¿A quién no le va a gustar la Navidad? Me pregunté.

No sé qué estoy haciendo aquí en este cuarto con olor apestoso y amargo. Podría vivir con mi madre, dejar de pagar el alquiler. Estar con ella en este momento, disfrutando de los sagrados alimentos. Hace años mamá y papá se divorciaron ― un veintitrés de diciembre ― después de que ella le reclamó por sus infidelidades. Hace tiempo que no celebro con mamá.

A dos años de la separación de mis padres, decidimos reunirnos mi padre, mi hermano mayor y yo. A punto de empezar a merendar los alimentos, mi hermano después de beber un poco se levantó de la mesa enfadado y comenzó a culpar a papá por un fraude fiscal que lo llevó a la quiebra y que acabó con su vida empresarial. El jefe de la casa era un intento de contador y ayudaba a su primogénito con la contabilidad de su empresa. Al escuchar los reproches, él respondió:

― Tú no tienes nada que reclamar. ¿Acaso, tú te hiciste solo? Yo te pagué tus estudios, soy tu padre. Escucha cómo me hablas. Yo te di la vida, malagradecido. ¿Cómo te atreves a juzgar mis errores?, ¿con qué derecho? ¡Dime, dime, dime, ingrato!

¿Cuándo se ha permitido que un hijo grite e intente golpear a su padre? Yo, como buen hijo, tuve que defender a papá porque empezaron a discutir, forcejearon y las cosas se complicaron. Juraría que estuve a punto de perder el conocimiento. Los golpes que recibía de mi hermano mayor ganaron movimiento sobre los míos. Sentía el eco que se diluía dentro de mi cabeza ante sus pesados puños. Caí lentamente como un boxeador que está a punto de perder en el doceavo asalto. Él me tumbó. Cuando estaba en el suelo no me golpeó más. Sólo dijo:

― Papá lo destruye todo, nos roba, no nos quiere. No servirá de nada decirte esto. Es tu héroe, por eso lo defiendes. Nada va a cambiar, nada va a mejorar en tu vida durante el tiempo que él esté contigo. En cuanto pueda, se aprovechará del cariño que le tienes y te traicionará. Es un estafador. Eso no es todo. Es más… Esto que me hizo, no es nada en comparación de lo que es capaz de hacer. Algún día me entenderás y mis palabras caerán, caerán, caerán de repente como un golpe aquí adentro. En lo más profundo de tu corazón.

Mi padre y yo nos quedamos en silencio, absortos al escuchar lo que él decía.  Desde entonces casi no hablamos y él no ha podido perdonar a papá. Mi alma en esta fecha, ante tantos recuerdos, queda encogida.

Con mamá tengo comunicación, aunque ha sido difícil mantener una relación armoniosa con ella; siempre que la visito me aconseja cuidarme de papá. Dice que debo guardar bien mi dinero, que es mejor que no se entere que estoy ahorrando mis salarios para comprarle una casa a Citlali.

No sé por qué no lo quieren. No soy quién para juzgarlo. Él no es malo. Es cierto, durante nuestra infancia estuvimos limitados de recursos económicos y mal vestidos, pero nunca nos faltó de comer. Ahora, soy necesario y útil para papá; su vida es un fracaso económico. Le doy parte de mi dinero para que cubra sus gastos personales. Es grato saber que puedo ayudarlo. Mi hermano lo dejó de apoyar, se molesta por mis acciones, comenta que no debo darle billetes, que proporcionar dinero a mi padre saldrá contraproducente, y que me pasará lo mismo que a él. Dice que él es como un camaleón… que cambia de color de piel según su conveniencia.

No entiende que mis decisiones se orientan por el afecto, por el amor. A su tiempo, Dios se encargará de hacerlo reflexionar. El tiempo desvanecerá el rencor que mi hermano y mamá tienen por él y ambos comprenderán que hago lo correcto.

Estoy solo, podría estar con mi padre, ¿con mi padre? Él estará con la abuela. Estoy enojado con él. No quiere que comparta mi vida con Citlali. Hace tres días estuvo en este cuarto. Lo siento aislado de mí. Cuando descubrió el costal donde escondo mi dinero dijo:

― No debes tener ese dinero aquí. Generalmente, este tipo de edificios son asaltados con frecuencia cuando las personas salen a trabajar; es mejor que yo guarde tu dinero. Los bancos no son seguros. Tendrías que pagar muchos impuestos por tener tu dinero depositado en el banco.

Me quedé pensando en lo que había dicho, tenía razón, era peligroso tener mis ahorros en un costal; sin embargo, me negué ante su propuesta. Mi hermano y él tuvieron problemas por el dinero, no quiero que pase lo mismo entre nosotros. Al día siguiente, decidí que Citlali guardara mis ahorros y dinero que obtuve de un préstamo bancario. Nos vamos a casar en dos meses, no me importan las deudas, lo que deseo es hacerla feliz. Espero que nuestra relación sea eterna. Pronto cumpliremos aquel sueño de contraer nupcias frente al mar. Dejaré de rentar este departamento y por fin podré tener un hogar propio. Disfrutaré de mi trabajo después de tantos años de esfuerzo.

Amo a Citlali. Conforme pasan los años, mi amor por ella se vuelve más fuerte. Pienso en sus ojos bellos hechos en flor. Recuerdo cuando la conocí. Se veía bonita y tuve muy claro que reunía todos los encantos de esta tierra en su ser. Encontrarla, fue la mejor suerte que he tenido en mi vida. Es una gran mujer. Desde que la encontré en mi camino, no ha pasado un solo día que no piense en ella. Ayer la soñé, estaba frente al mar esperándome con un vestido blanco. Me acercaba de manera paulatina, tomaba su carita tierna entre mis manos y la besaba con los ojos cerrados, navegando en medio de emociones, acariciando su cintura perfecta, comiéndome sus labios color manzana. Le decía con mis besos, aquello que no puede decirse con palabras. Vivía en carne propia las metáforas, mientras sus labios y mis labios, se besaban, se tocaban… se acariciaban. Fue un sueño lúcido, que pronto sería realidad. Estoy trabajando por los dos, para poder escribir nuestra propia historia de amor. Una historia que, yo lo sé, podremos escribir juntos.

Esta muchachita me acompañará durante todas las noches de mi vida y yo soy terriblemente egoísta con ella. Únicamente pienso en mis sentimientos. ¿No puedo obsequiarle una noche de Navidad conmigo? Tenemos tanto tiempo por vivir juntos. Quizá en el futuro podamos hablar de la primera Navidad que pasamos con su familia y del disfrute secreto de esta fecha. Tengo que ir a su encuentro; en este momento me han dado muchas ganas de estar con ella y cerquita de su corazón. Escuchar palabras suyas. Eso es lo que quiero.

Llevo años sin comprar ropa nueva. He ahorrado todo para nuestra boda y la casa. Desde hace un año ella anhela que nos casemos, pero no deseo que viva en mi departamento. Se merece algo diferente. Tampoco quiero vivir en casa de sus padres.

Busco el pantalón menos roto y la ropa más formal que tengo. Ayer por la tarde compré un ramo de girasoles. Pensaba entregárselos a Citlali, pero papá fue a visitarme y me dijo que pasaría la Navidad con la abuela. Le dije que le regalara los girasoles a su madre. Noté a papá extraño cuando mencioné que Citlali será mamá. Hace poco me dio la noticia. Tiene dos meses de embarazo.

Pienso en la bendición que Dios me ha dado por tener un hijo con la mujer que amo. Es incorrecto que no esté con ella. Esta Navidad tiene que ser diferente. Es el momento de dar la noticia a los padres de Citlali: serán abuelos. Sí, eso es. Hoy es el momento indicado.


Toco el portón. Son las dos de la mañana. El frío es inmenso y el viento me pica el rostro como con agujas de hielo. A mi encuentro sale el papá de Citlali.

― Señor buenas noches. ¿Puedo pasar?

― Puedes pasar. Pero no está aquí, tuvo mareos, prefirió ir a casa y descansar. Hace rato llamó y dijo que se encontraba mejor. Ten la llave. Mi casa siempre será tu casa. Sé que para ustedes inicia una nueva vida. Felicidades, serás papá. Antes de irse, Citlali expresó que a partir de este momento para ella todo será distinto. La noté extraña, tal vez son los síntomas del embarazo. ¿Por qué no me lo habían dicho?

― Lo siento señor, era una sorpresa. Felicidades a usted también, será abuelo ― dije al abrazar de manera fraternal al padre de Citlali. Después agarré la llave. Me despedí y decidí ir a casa de mi linda novia.


Subo las escaleras. Abro la puerta de la casa. Me dirijo a la habitación de Citlali. Toco la puerta. No me contesta. Suena el teléfono celular. Contesto. Es ella.

― Emilio, discúlpame. Comenzaré una nueva vida con alguien más. El hijo que espero no es tuyo. No sabes cómo me duele haberme enamorado de alguien que no eres tú. No te merezco. Hoy, no lloré porque no estarías conmigo en Navidad. Estaba llorando porque me remuerde la conciencia. No sé por qué te hice esto. No me mereces. Hace rato que te hablé por celular quería decírtelo. Pero no tuve el valor. Por eso terminé la llamada… Encontré a otra persona que se convirtió en el motivo de mi vida. Qué más te puedo decir. Por ti ya no siento nada. No te puedo mirar más a los ojos. Disculpa por haber disfrazado mis sentimientos y mis palabras durante todo este tiempo.

― Cálmate. ¿Por qué me dices eso?

― Emilio, te veo en un futuro cargando la tristeza sobre el pecho. Debes ser fuerte, continuar con tu vida. Empezar desde cero. Iniciaré un viaje. En este viaje no estarás tú.

― ¿Qué te pasa? ¿Por qué dices que a mi lado ya no quieres estar? Por piedad no me digas eso.

― No tengo palabras para consolarte. Lo siento mucho. Fue muy lindo haber estado a tu lado durante tanto tiempo. Perdóname… Prometo no llamarte más.



Hoy, es de nuevo Navidad. En muchos lugares del mundo, las familias empiezan con los preparativos para las fiestas. Sobre esta fecha se han hilvanado en mi vida historias nostálgicas que no pretendo contar. Historias regidas por un vacío en mi corazón. Vacío que pregona infelicidad… Catástrofe.


― Emilio. ¿Celebrarás esta Navidad con nosotros?

― No, abuelita.

― Hijo, no puedes ser tan rencoroso. Han pasado siete años. No puedes vivir con ese odio en tu corazón. Es tiempo para perdonar. Tu padre está enfermo, necesita dinero. A ti, y a tu hermano les ha sonreído la vida económicamente gracias a su trabajo. Debes conocer a tu hermano pequeño. El niño necesita de ustedes y tu padre también. La culpa de esto la tuvo Citlali. Ella fue la que lo sedujo. Debes entenderlo.

Cuelgo el teléfono. Lo recuerdo todo.

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Rodolfo Calzada Alfaro (México). Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. Especialista en Educación Socioemocional por la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Ha colaborado en revistas literarias nacionales e internacionales con cuentos y poemas. 

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