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En la pista de baile, un cuento de Ollin García Pliego

Ollin García Pliego. Estudiante de doctorado en Letras Hispánicas en la Universidad de Indiana-Bloomington. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Lawrence (2015), y una maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Iowa (2018).

El joven se da cuenta de que ha transcurrido mucho tiempo, pero no sabe cuánto. Sigue acostado y algo adormilado por los efectos de los analgésicos: posiblemente algo de propofol, tramadol, fentanil, ketorolaco o morfina. Le escurren lágrimas involuntarias por las mejillas y es consciente del sabor agridulce en su paladar. El joven tiene la boca seca y los labios levemente humectados, producto del sudor, el suero, las lágrimas y la mugre. Los músculos de su espalda tienen múltiples contracturas y su movilidad es limitada. El joven tiene el ojo derecho considerablemente abultado y siente un dolor punzante en la parte superior derecha de la cabeza: la placa de metal incrustada en el tejido óseo, resultado de una operación de seis horas, hasta el momento, exitosa. El joven, con un considerable derrame en el ojo derecho, percibe el ferroso olor a sangre que despiden las vendas y su herida.

Lo último que recuerda Tonatiuh es estar en el piso cuarenta y seis, en el antro, en el Sky Bar del World Trade Center de la Ciudad de México, bailando con Charlotte, su novia estadounidense una noche de julio de 2012. Tonatiuh, delgado, va de pantalón de mezclilla y camisa rosa de manga larga, y Charlotte, un poco más bajita que él, y con las mejillas sonrojadas por el baile, lleva puesto un vestido negro ajustado que le llega hasta las rodillas. Ambos bailan risueños “La Tortura”, de Shakira con Alejandro Sanz, mientras beben de sus vasos con hielos, tequila adulterado y Coca Cola. El Sky Bar forma parte de la torre giratoria del World Trade Center, que da una vuelta de trescientos sesenta grados cada hora. Tonatiuh y Charlotte pueden ver los cuatro puntos cardinales de la ciudad varias veces a lo largo de su velada. A decir verdad, al asomarse por las ventanas del antro solo ven puntitos de luz diminutos que terminan en las faldas de los cerros, avenidas sin fin, focos rojos de automóviles y más edificios a lo lejos. El chipi chipi que sacude ligeramente la ciudad torna borrosas las imágenes a través del cristal. 

El Sky Bar es el antro preferido de Tonatiuh por las luces de neón que se encienden después de la media noche y por la pantalla gigante que pone el video musical de la canción en turno. El Sky Bar es el antro preferido de Tonatiuh porque disfruta de noches enteras con alcohol ilimitado y dosis generosas de cocaína y éxtasis que le compra discretamente a uno de los bármanes. Charlotte sabe que Tonatiuh bebe y fuma, pero no tiene ni idea de sus otros gustos.

Con un poco más de esfuerzos, Tonatiuh, recostado sobre la moderna cama del Hospital Ángeles, en el sur de la ciudad, logra recordar que se besa con Charlotte en la pista de baile, y que después voltea a ver su reloj Casio y son las dos treinta de la mañana. Le vienen a la cabeza más imágenes borrosas. Después de unos minutos de estar mirando el techo de la habitación, Tonatiuh inspecciona a su alrededor para ver si encuentra señales de que Charlotte o sus padres lo hayan visitado en el cuarto: una bolsa, una cartera, una chamarra, algo. No halla nada. Voltea a ver a la ventana, pero las persianas están cerradas. El collarín le impide terminar de inspeccionar la habitación. Le truena el cuello, posiblemente una vértebra, y siente un hormigueo en toda la columna vertebral. Posiblemente no grita del dolor por tantas sustancias en su sistema sanguíneo. Escucha voces, de gente conversando, pero no puede entender qué dicen ni adivinar quiénes son. 

Entonces, Tonatiuh recuerda que se topa con un conocido suyo de la preparatoria en el baño mientras le compra una cajetilla de Marlboro rojo al intendente de limpieza que vende, entre otras cosas, dulces, cigarros y condones. Tonatiuh lleva varios minutos bajo el efecto de la cocaína y, con un trago de tequila y Coca Cola, se pasa la pastilla de éxtasis enfrente del espejo del lavabo.
Tonatiuh y su conocido no se llevan bien, pero tampoco se dicen enemigos. 

 ̶ Tonaquín, qué pasó, mi rey. Te escondes. ¿Esa gringa es tu novia? ¿La trajiste de tu universidad?
 ̶ Te vale madres.
 ̶ Uy, qué agresivo. ¿También te pone el cuerno?
 ̶ Cállate, cabrón, respétala.
 ̶ No mames, Tonaquiu, aún nos acordamos de cómo se corrió el rumor de que tenías gonorrea. No le gustabas a ninguna niña. 
 ̶ Eres un pendejo. 
 ̶ Tona el infectado, Tona el impotente, decían. 
 ̶ Eran una bola de hienas fresas petulantes.
 ̶ Eres un fosforito y un naco, que tiene un gusto de lo peor.
 ̶ Me lo tomo de quien viene.
 ̶ Además de naco, morocho y medio indito.
 ̶ Me das pena, atorado aquí, con tu círculo de pedantería neocolonial.
 ̶ Tona, recuerdo cómo te madreábamos, eras el hazmerreír y no tenías amigos.

Tonatiuh le pega un puñetazo en la nariz y lo avienta contra los mingitorios. Su conocido cae de espaldas y se pega en la cabeza con uno de los urinarios. Se abre una herida en el cuero cabelludo y comienza a sangrar. Su conocido se intenta levantar, pero antes de que pueda hacerlo,
Tonatiuh le asesta una patada karateka en la cara y le fractura la nariz. A pesar de los esfuerzos, Tonatiuh, recostado en su cama, con las lágrimas involuntarias escurriéndole del ojo derecho, no se acuerda de nada más. Llega la enfermera.

Por más esfuerzos que hace, Tonatiuh no puede hilvanar más detalles. La enfermera le dice que su familia ha bajado a la cafetería y que no tardan en volver. Mientras tanto, la enfermera camina hacia la ventana y abre las persianas. Afuera de la habitación, sentado, se encuentra un agente del ministerio público, y a su lado, están dos elementos de la policía de la ciudad. La enfermera le dice a Tonatiuh que el agente está esperando órdenes del neurocirujano para poder tomarle la declaración.

 ̶ Señorita, ¿cómo llegué aquí? ¿Qué tengo? ¿Qué me hicieron?
 ̶ Ahorita que regrese su familia puede hablar con ellos. Le puedo decir que su abogado ya vino y está con sus padres.

Tonatiuh se le queda viendo a la enfermera unos instantes. Lo tranquiliza momentáneamente su perfume corporal, un olor a bosque de coníferas. Unos momentos después, Tonatiuh se les queda viendo fijamente al agente del ministerio público y a los dos policías. Ellos, a su vez, lo voltean a mirar a través de la ventana del cuarto, serios y continúan con su plática. Tonatiuh, preso de un ataque de nervios, comienza a sentir un hormigueo en la cabeza, cada vez más agudo, al punto de que cree que puede perder de nuevo el conocimiento. Le escurren gotas de sudor por la frente. Su cuerpo continúa transpirando las medicinas. Tonatiuh no sabe cuánto tiempo lleva internado, pero sí se da cuenta de que despide un olor rancio, una combinación de sudor, medicinas y residuos de desechos corporales. Tonatiuh respira su propio hedor e intenta no volver el estómago. También advierte que lleva puestos unos calcetines azules, con fondo pachoncito y una bata blanca. Tonatiuh siente molestias en el pecho y le arde la piel, producto de los electrodos que tiene adheridos en esa parte del cuerpo. El cardiofrecuencímetro suena rítmicamente, arrullándolo: bip, bip, bip. El traumatismo craneoencefálico, la fractura de cráneo, la operación y el hematoma cerebral de poco más de un milímetro de diámetro lo deben mantener internado por lo menos un par de semanas más, si nada se complica. Entonces le vienen más imágenes de la pelea. 

Su conocido se levanta, tapándose la herida en la parte trasera de la cabeza con ambas manos, asustado, insultándolo, y Tonatiuh lo manda de regreso contra los mingitorios, amenazándolo con buscarlo en la universidad o en su casa de Polanco con una pistola calibre .45 que, según él, tiene guardada en su casa, hecho que es más una amenaza que una realidad. Tonatiuh solamente sabe karate-do y corre con un poco de suerte de recordar las lecciones de su pubertad. El señor encargado del puesto en el baño intenta separarlos sin éxito y sale corriendo a reportar el incidente con los guardias de seguridad. El conocido de Tonatiuh no se levanta. Queda tirado en el suelo, noqueado. El guardaespaldas de su conocido está en la barra pidiendo bebidas.

Entonces Tonatiuh, recostado en su cama con tecnología de punta, siente el peso de diez cuerpos humanos en el pecho y se pone morado ante la falta de aire. Recupera el aliento y comienza a gritar, a insultar, a azotar las manos contra sus muslos. Intenta levantarse, pero advierte que tiene la mano derecha esposada a la cama y se le zafa el catéter del brazo. Comienza a sangrarle la vena. Llegan corriendo otras dos enfermeras e irrumpen en el cuarto los dos policías para ver qué sucede. Tonatiuh no puede incorporarse, correr y escapar de la habitación. Siente que la cabeza le estalla, y entre todos, le dicen de cosas. Tonatiuh se siente a punto del colapso. Permanece rendido, en la cama, bocarriba, a punto de desmayarse. Las enfermeras le inyectan una dosis generosa de midazolam.

En los segundos previos a quedarse profundamente sedado, Tonatiuh recuerda que al salir del baño y al dirigirse hacia la pista de baile, suena la canción de “Payaso de Rodeo”, de Caballo Dorado, y ve que Charlotte corre hacia él con la intención de abrazarlo, sonriente. Justo en el momento antes de encontrarse con ella, siente cómo le estrellan una botella de Grey Goose en la cabeza. 
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Imagen: Vista aérea alcaldía Benito Juarez, CDMX, google imágenes

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