Tears In Heaven
Un sol pálido entra
por los ventanales del living. Conor salta sobre la cama, feliz, mientras
espera a que su papá llegue: ese día van a ir al zoológico. En la mañana el
portero estuvo limpiando los vidrios y ha olvidado cerrar la puerta del balcón.
El apartamento queda en el piso 53, desde allí los automóviles parecen
diminutas cucarachas de latón atravesando las calles de Nueva York.
Su mamá se arregla para
salir: el espejo le devuelve la imagen de una bella mujer. La niñera, mientras
tanto, acompaña al niño en sus juegos. Desde hace unos momentos juegan a las
escondidas. Él no lo sabe, pero su nana ya nunca lo encontrará. Ha caído. Siente
el viento en su rostro, ve un universo de insectos multicolores que se acercan
vertiginosos.
Su padre va a
identificarlo a la morgue pero el niño que está allí no es su hijo. ¡No! Su
hijo tenía apenas cuatro años y un hermoso rostro. Ese ser inanimado que yace
en la camilla no refleja ninguna edad, no es de este mundo pero aunque le
cueste reconocerlo, hasta hace unos momentos era Conor.
En el funeral su papá
mira el ataúd, sin poder decir nada. Su abuela intenta arrojarse a la tumba. Es
un triste, frío, y desolado día de marzo. Todos los habitantes de Nueva York
cierran sus ventanales con doble seguro.
Su padre sólo tiene una
pregunta: ¿Dirías mi nombre, si me ves en el cielo?
Para
Eric Clapton
* * *
Dominatriz
Se pasó la noche
leyendo «50 sombras de Grey»,
en inglés, tomando tinto, fumando, con los ojos fijos en el celular,
aguantándose las ganas de llamarlo: era sábado. Esperó hasta las diez de la
mañana y cuando imaginó que ya estaba conectado, se duchó, se puso la falda de
cuero que había comprado para estar con él, las medias de malla, la blusa roja,
el chaleco, las botas, el antifaz…
Prendió el portátil y
entró a Facebook (no a la cuenta que tenía con su nombre —pues hacía unas semanas él la había
desagregado—, sino a la otra, a la de Valentina
Sí) y lo buscó: no estaba. Se entretuvo un buen rato revisando su perfil
pero en los últimos tres días no había publicado nada. Hurgó en las cuentas de
amigos comunes, en la de la hija, y nada. Ninguna nueva información. Seguro se
había ido de rumba y todavía estaba dormido, ebrio. O peor: estaba con alguien.
Cambió de perfil (entró al de Mario Ríos)
y le envió mensajes ofreciéndole trabajo, a ver si caía. Nada. No estaba
conectado. Entró a su perfil más rosa (al de Mary Albaluna) y como si de verdad fuera la nenita de catorce años
que decía ser, le puso mensajes pidiéndole consejos sobre qué leer. Le preguntó
qué opinaba de Vladimir Nabokov. No contestó. Se levantó, fue a la cocina y
preparó otra jarra de tinto. Se demoró una eternidad: nada. No estaba conectado.
Se tendió al lado del
computador, le dio pantalla completa a esa foto vieja en la que estaban juntos,
abrió las piernas, lo miró a los ojos —con autoridad— y comenzó a darle
órdenes…
* * *
Encuentro nocturno
Darle un susto era
la idea inicial del fantasma. Meterle miedo. Hacer que se fuera para la casa, y
que en lo posible no anduviera más por esas calles y a esas horas. El ebrio
sólo quería encontrar una tienda abierta. Una licorera. Algún hueco para seguir
tomando.
Se cruzaron en un poste
del alumbrado: el ebrio tratando de orinar, y el fantasma aleteando con su
sábana de muerto, intentando que el otro se diera cuenta de su presencia. Y así
fue.
El impulso inicial del
ebrio fue el de brindarle trago, pero ya no le quedaba nada en la botella.
Luego le dijo que si tenía algo para beber, y en últimas le preguntó si sabía
dónde comprar. Ya no tenía dinero, pero algo se le ocurriría.
—¡Buuuu! —dijo el
fantasma, con voz destemplada, y enseguida se dio cuenta de que había hecho el
ridículo. Intentó sonrojarse, pero nada, se puso más pálido que antes.
El ebrio ni siquiera se
dio cuenta. Sentado en el corredor empezó a contarle que era un desgraciado, un
solitario, que desde que su mamá había muerto, hacía ya unos veintitrés años,
nadie se ocupaba de él. Le contó que había tenido mujer, hijas, amigos, perros,
gatos… pero que al final del camino había quedado solo. Más solo que nadie en
el mundo, dijo, y bebió de su botella desocupada.
El fantasma, sentado al
lado del ebrio, no supo qué decir. Quiso abrazarlo como cuando era niño. Quiso
arrullarlo, ponerlo en su regazo y arrullarlo en aquella fría y desolada noche,
pero eso no le estaba permitido.
Así los encontró el día:
el ebrio dormido en el andén, y el fantasma a su lado, sin saber qué hacer con
su hijo, como en el pasado, como siempre.
*Ha publicado las novelas Alicia
Cocaine (2016) y Gente rara en el
balcón (2016 - Premio CEAB). Los
libros de cuento Dalila Dreaming
(2015), Espiral al Sur y otros
relatos de la noche (2013), Carroñera
(2007), y Los inmortales (2000). Las
antologías Sinfonía de los ocobos /
Escritores del Lengupá (2015), Pisadas en
la niebla / Nuevos cuentistas boyacenses (2010), y El placer de la brevedad / Seis escritores de minificción y un
dinosaurio sentado (2005). Los poemarios Ab
imo pectore / Antología personal (2010), Sin el azul del día (2008 - Premio CEAB), Rosa fragmentada (1995), Burdelianas
(1994), y Piel de recuerdo (1990).
Ha ganado varios premios entre los que se
destacan: Premio de Novela CEAB,
2015. Premio Bienal de Novela Corta
Universidad Javeriana, 2012. Premio
Nacional de Cuento convocado por el Ministerio de Cultura y dirigido a
directores de RENATA, años 2011 y 2012. Premio
Nacional de Cuento Universidad Central, 2012. Premio Libro de Cuentos, CEAB 2012. Premio Libro de Poemas, CEAB 2007. Premio Nacional de Poesía Universidad Metropolitana de Barranquilla,
2002.
Actualmente es docente de la Maestría en
Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.
Los textos aquí publicados hacen parte del libro inédito Adiós del suicida y otros 100 microrrelatos.
Carlos Castillo, admirable maestro de la minificción en Colombia. Sus textos consolidan la imagen, las contribuciones colombianas al microrrelato hispanoamericano. Conmovedor su homenaje al drama de Clapton. Este texto debe estar en una antología del cuarto género en lengua española.
ResponderEliminarMe gustó el tercero, los otros de final abierto son buenos.
ResponderEliminarMe gustó más el tercero, pero los otros están bien escritos.
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