AVANCES, AUTORES, FICCIÓN, NUEVAS VOCES

Elevador, un cuento de Charles Reinhardt

City Hall Station, NY || Wikimedia Commons
S

ofía estaba un poco cansada. Había estado trabajando todo el día para sus clientes habituales y no estaba de humor para conocer nuevos prospectos. Cuando recibió la invitación dos días antes para mostrar unos diseños a una empresa de tecnología en el centro de la ciudad, no pudo rechazarla. No le gustaba este vecindario, un bosque de torres de cemento casi idénticas. Sin embargo, desde hace tres años estaba haciendo todo lo necesario para establecer su reputación como artista y diseñadora, y agradecía que tales oportunidades empezaran a presentarse con más frecuencia. En el reflejo del espejo del elevador ascendente, ella se miró los tatuajes casi industriales en sus antebrazos, los que los hacían parecer mitad máquina. Normalmente los cubriría con mangas durante una entrevista, pero con este tipo de cliente, no pensó que sería necesario. Ella era artista, de las mejores, y un artista con un portafolio como el suyo podía permitirse mostrar excentricidades. 

El elevador temblaba un poco cuando llegó al piso treinta y cinco. Las puertas se abrieron otra vez, dando sobre una oficina oscura y vacía. Ella miró el reloj en su celular: eran las cuatro y media, como estaba planeado. Salió del elevador y llamó tímidamente: 

—¿Hola? ¿Hay alguien? 

La oficina parecía normal, con un mostrador y salas de reuniones con paredes de vidrio. 

No había nadie. 

Ella andó hacia un corredor entre dos paredes de vidrio. Podía ver los salvapantallas en las computadoras sobre los escritorios en frente de las sillas vacías. Intentó saludar otra vez:

—¿Hola? 

—Hola —, contestó una voz detrás de ella. 

Se dio una vuelta y vio a un hombre sonriendo, tendiéndole la mano. A Sofia se le escapó un pequeño grito y se excusó, riendo y estrechando su mano. 

—Disculpa, me he asustado un poco. 

El hombre le sonrió, sacudiendo la cabeza, excusándose. Era de estatura media, con gafas grandes y rojas y cabello teñido de azul. 

—No, no, es mi culpa. ¡Una disculpa! ¿Supongo que eres Sofia? 

—¡Si, soy yo! 

—Claro, soy tan tonto, yo habría debido explicar que el equipo está de vacaciones ahorita. 

—Dale, si hoy no es un buen momento, podemos reprogramar . . . 

—De ninguna manera —respondió —, este es el momento perfecto para este trabajo. De hecho, ¡sígame, por favor! 

Señaló con la mano que lo siguiera y caminó bajo el corredor. Llevaba zapatillas de deporte de colores, de las que se diseñan y se compran online. Sofía se preguntaba si los trabajadores de tecnología tiñen sus cabellos y compran zapatos de colores brillantes para compensar el aburrimiento de su diario vivir. Llegaron a una pequeña sala como las otras, pero con paredes negras, lisas y brillantes. Había una mesa en el centro, con dos sillas a cada lado. 

—Por favor, siéntese —dijo el hombre —. ¿Y dónde he dejado mis modales? Me llamo Christian. 

—Un gusto, Christian. 

—Igualmente. Bueno, ¿usted sabe lo que hacemos en Makeify? 

—Sí, busqué un poquito en internet. Sé que ustedes hacen diseños para las postales digitales, ¿cierto? 

—Si, entre otras cosas, sí. Se diría que este es nuestra gallina de los huevos de oro. Pero estamos creciendo nuestra huella tanto en el ámbito digital como físico, con nuevos colaboradores y socios en estos días. Estamos buscando talentos creativos como usted. ¡Su portafolio realmente nos impresionó! 

Ella asintió, complacida. 

—Estoy halagada por tener esa oportunidad. 

Christian asintió también. 

—Nosotros estamos halagados que usted quiera darnos la oportunidad igualmente. 

 Él sonrió y señaló la mesa. Era negra, lisa y brillante como las paredes. 

—Lo que queremos son unos diseños nuevos aquí. Mira, es una tecnología propia. 

Él pasó su dedo por la superficie de la mesa. Un hilo blanco siguió el sendero que dibujó. 

Ella abrió mucho los ojos. 

—¡Es increíble! ¿Dibujo todo en este escritorio? ¿Con los dedos? 

—Si, todos nuestros artistas lo hacen así. 

Hubo una pausa. Ella quebró el silencio. 

—Bueno, estoy súper emocionada por comenzar. ¿Qué quiere que diseñe para ustedes? 

Él sonrió. 

—Empezamos con algo sencillo. ¿Usted puede hacer un pez? 

—Sí. ¿De qué tipo? 

—¡Cualquier tipo!

Había llegado el momento de la prueba. Con cautela, asegurándose de mostrar todo su talento y atención a los detalles, ella se inclinó sobre la mesa y trazó la silueta de un pez payaso con la punta de los dedos. Christian le explicó cómo seleccionar colores y texturas, suavemente tocando y después deslizando sus dedos en el rincón de la mesa. El miraba su progreso, los brazos cruzados, dando los consejos necesarios sobre la interfaz. Al cabo de unos seis minutos ella había casi terminado. Refinó sus pinceladas en las aletas, se recostó en su silla y señaló su dibujo con ambas manos. 

—Ta-da! Creo que esto se parece más o menos a un pez. ¿Qué le parece? 

Él no dijo nada. Examinó la imagen sobre la superficie y lentamente sacó el celular de su bolsillo. Ella pensó que tal vez iba a tomar una foto. En cambio, sin mirar, presionó algo en la pantalla con el pulgar. 

El pez comenzó a nadar. Las animaciones de sus movimientos estaban perfectas. Fue como si todo un estudio de animadores hubiera trabajado en su dibujo. Mientras ella miraba, el pez nadó hasta el borde de la mesa y de repente, apareció en la pantalla de la pared. Continuó nadando sobre la superficie de la pared hacia el techo, como si toda la sala fuera su pecera. 

—Me parece muy bueno, dijo. ¿Qué le parece a usted? 

Ella no supo qué contestar. Sintió una combinación de emoción y confusión al mismo tiempo. No sabía por qué, pero sintió que se le erizaba la piel de los brazos. 

—¡De ninguna manera! No lo puedo creer. 

Él hizo otro gesto con su celular y el pez desapareció. Guardó su celular y se quedó allí con las manos en sus bolsillos. 

—Eso es lo que hacemos realmente aquí. Somos conocidos como animadores, pero nuestro proyecto es más que eso. Hizo un gesto a su alrededor con las manos. 

—Todo este edificio pertenece a nuestra empresa. Y todos los pisos inferiores están llenos de filas y filas de los procesadores informáticos más potentes del mundo. Usted es una gran dibujante, pero con nosotros, con Makeify, podría ser una creadora, una “maker” digamos. 

—Es realmente increíble. Nunca vi una animación parecida. 

Él se echó a reír. 

—¡Yo tampoco, antes de venir a trabajar aquí! 

Se puso serio de nuevo y señaló la mesa otra vez. 

—Ok, próxima cosa, hacemos algo un poco más complicado. Normalmente esperamos una segunda reunión, pero confiamos en usted. ¿Cómo le parece una motocicleta? Hemos visto en su portafolio que tiene un don para dibujar máquinas. Este es un don muy particular, y cada vez más importante para nosotros en estos días. ¿Qué le parece? 

Ella se encogió los hombros. 

—Vale, de motocicletas he dibujado unas antes. 

—¡Perfecto! ¿Quiere tomar algo? 

—Agua, por favor. 

—Ya vuelvo. 

Él salió, cerrando la puerta silenciosamente. Ella se puso a dibujar con los dedos. Lo hacía con más tiempo esta vez, para hacer correctamente las ruedas, el asiento, los tubos de escape. Él volvió con una taza de agua, y salió de nuevo para dejarla trabajar en paz. Después de veinte minutos, ella terminó; tomando y exhalando aire, su cuerpo se derrumbó sobre la silla. Christian entró casi inmediatamente. Tenía el celular en la mano mientras entraba, como si hubiera estado hablando en el corredor. Como la vez anterior, tocó algo en la pantalla de su celular y la motocicleta se animó, trasladándose a través de la mesa y hacia la pared, con las ruedas girando y el humo saliendo por el tubo de escape. 

Ella rio. 

—¡Es increíble! 

Él rehízo el ademán con su celular y la imagen animada de la moto se disolvió. 

—Lo que es increíble es su talento para dibujar los diseños mecánicos —respondió él —. Esa es la razón principal por la cual nos pusimos en contacto con usted. Nuestra tecnología funciona mejor cuando el diseño es concebido con una creatividad coherente. 

Ella sonrió. 

—Me alegra escuchar eso, gracias. Pero tengo que admitir que mi inspiración siempre han sido fuentes fantásticas, como la ciencia ficción, libros gráficos, películas de horror etcétera. No soy ingeniera... 

Christian no pudo contener su emoción. La señaló mientras hablaba. 

—Ese es el punto, eso exactamente. Para usted, los objetos mecánicos son asociados con emociones. Es eso que necesitamos, esta visión personal y fantástica. La realidad es otra cosa. Carga nuestra. 

Se sentó frente a ella. 

—El próximo diseño es lo más importante de esta sesión. Si sale bien, vamos a tener más trabajo juntos en los días por venir. 

—¡Excelente! Entonces, ¿qué le gustaría que dibujara?

Él hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras justas. 

—Sabemos por su portafolio que le gustan los diseños un poco góticos, ¿no? 

Mientras hablaba, dio una mirada a los tatuajes oscuros e industriales sobre sus antebrazos. De repente, ella sentía el deseo de cubrirse los brazos. 

—Sí. Es mi especialidad. 

—Bueno, es por eso que la anotamos a usted para empezar. La verdad es que tenemos un nuevo cliente al que queremos impresionar y no supimos cómo hacerlo. Necesitábamos alguien como usted, que entienda este tipo de diseño. 

—Ok. ¿Cuál es el diseño? 

—Un robot que vuela. Tipo militar, con armas. Usted sabe, como en las películas, como Terminator, Robocop, de este género. 

—Vale, creo que soy capaz de hacer esto. 

—Intenta hacerlo asustador, ¿sabes? Necesitamos una visión muy creativa y original. Estamos buscando miedo. 

Como la vez anterior, Christian dejó la sala. 

Con sus dedos, Sofía empezó a dibujar lo que Christian había pedido. Ella creía saber el estilo que quería. Comenzó con las alas del helicóptero, luego con las armas y el torso blindado. Convocó toda su habilidad y todos sus puntos de referencia favoritos, como los diseños de H.R. Giger, Sydney Mead, William Gibson. Intentó acordarse de la mezcla de temor y asombro que sentía viendo sus películas favoritas por primera vez. Finalmente, inspirada un poco en Terminator, dibujó una cara que parecía a una calavera sonriente. 

Ahora acostumbrada a la tecnología del escritorio, giró la imagen y agregó los toques finales con la punta de los dedos. 

La máquina era compacta y negra, puntiaguda y cubierta de cuchillas. Las mini-astas del helicóptero parecían capaces de volar y cortar extremidades. Su rostro sonreía con malicia, lucía como un cruce entre un cráneo humano y las mandíbulas de un insecto. 

Por la última vez, Christian entró justo después del último trazo de Sofía. 

—¿Qué tal? —, preguntó señalando el diseño con las manos. 

—Es perfecto —contestó Christian—. Perfecto. 

Christian se acercó al escritorio, visiblemente feliz. Asintió con la cabeza. 

—Eso —dijo—. Ya está. 

Levantó su dedo, como si estuviera pensando en qué decir. 

—Con permiso, ¿le molestaría esperar aquí unos minutos? Yo tengo que ir a ver algo, pero vuelvo enseguida. 

Ella asintió, sonriendo, totalmente cansada por el esfuerzo que acababa de hacer. 

—Bueno, me queda bien esperar. ¿Pero entiendo por eso que ustedes quieren trabajar conmigo? 

—¡Sí! Claro que sí. ¡Considérese contratada! 

—Vale, entonces no me molesta esperar un poquito. O sea, solo un poquito. Tengo que irme pronto. 

—¡Vuelvo enseguida! —, dijo—. ¡Por favor, no cambie del dibujo hasta que regrese! 

Ella levantó las manos. 

—¡Dale! 

Él le mostró un pulgar hacia arriba y salió enseguida. Mientras ella esperaba, admiró su diseño y sacó su celular para tomar una foto. Ya sospechaba que no podía compartirlo en su portafolio ni en sus redes sociales, pero quería tener un registro de su trabajo. En ausencia de Christian, finalmente ella podía mostrar su agotamiento; colocó su cabeza en un lugar vacío del escritorio, para no perturbar su dibujo, que quedaba inmóvil sobre la mesa. Cerró los ojos y se dispuso a tomar una pequeña siesta.

Veinte minutos después, abrió los ojos, se sentó abruptamente en su silla, mirando la hora en su celular, que guardaba en su mano. Miró el escritorio: la superficie negra y lisa se sentaba impasible ante ella. Su dibujo había desaparecido. Se puso de pie, y salió de la sala. En el pasillo, la oficina estaba todavía vacía y oscura, iluminada solo por una luz suave cerca del elevador, y las luces parpadeantes de las computadoras. Alcanzó el elevador y presionó el botón. Las puertas se abrieron y ella entró. 

Dentro del elevador, la luz clara de las bombillas le hacía doler los ojos. Se apoyó contra la pared lejana, la noticia de reparo todavía colgada en el muro opuesto. Con fatiga, tendió la mano para seleccionar la planta baja. Antes de tocar el botón, el elevador ya empezó a bajar. Ella frunció el ceño y extendió la mano para seleccionar la planta baja otra vez. El botón se iluminó de manera normal, pero parecía que el elevador ya tenía un destino. En el tercer piso, las puertas se abrieron. Al principio no podía ver nada. Después de un segundo, pudo distinguir una vasta cámara oscura, como un almacén que se extendía tres pisos hacia arriba. Filas de máquinas altas parpadearon en la oscuridad. Podía escuchar un zumbido desde arriba acercándose cada vez más. Por el rabillo del ojo, vio un pequeño charco de luz a dos metros de distancia, iluminando una zapatilla de colores brillantes, exactamente como la de Christian, que se asomaba por detrás de una de las máquinas. Yacía de lado, pero no podía ver si estaba pegada a una persona. Se sentía helada mientras las puertas comenzaban de nuevo a cerrarse, y pensó que vislumbró una forma indistinta moviéndose rápidamente en el aire. Pero las puertas terminaron de cerrarse antes de que pudiera verla claramente y el elevador comenzó a bajar otra vez. 

Las puertas del elevador se abrieron. Sin mirar atrás, ella corrió, casi tropezando, por el vestíbulo hasta la entrada del edificio. Mientras salía corriendo, quedaba en el fondo de su mente un arrepentimiento de no haber visto la animación de su último dibujo. Como artista, estaba todavía orgullosa de su diseño. Lástima que no pudiera usarlo para su portafolio.

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Charles Reinhardt 

Neoyorquino. Ha escrito ensayos y reseñas de libros para varias publicaciones como Barnes & Noble Review, Jacobin, Hazlitt, Maclean's. El presente relato, Elevador, fue escrito originalmente en español.

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