AVANCES, AUTORES, FICCIÓN, NUEVAS VOCES

Chinches, un cuento de Camilo Rodríguez



Camilo Rodríguez*



Recuerdo que era domingo y yo regresaba de mis vacaciones de verano. El vuelo había sido espantoso, como siempre. Cada vez que pasábamos por una zona de turbulencia, imaginaba que nadie saldría con vida. Trataba de adivinar el modesto titular de la prensa: Fuertes vientos causan tragedia aérea o Piloto imprudente estrella avión con 50 pasajeros, pero el avión finalmente aterrizó. Entonces el miedo de morir en el aire cedió su lugar al temor a los agentes migratorios que acechaban en el aeropuerto.

Yo tenía una barba de dos semanas y unas ojeras profundas. El hombre que examinó mis documentos me hizo pasar a una pequeña habitación  donde solo había una silla de madera y un ventilador. Tuve que esperar casi una hora mientras los guardias comprobaban la autenticidad de mis papeles y la sinceridad de mis propósitos en México. Me hicieron las preguntas de rutina y se extrañaron de que una editorial mexicana quisiera contratar a un colombiano mal vestido como yo. A las tres de la mañana tomé un taxi que me costó casi el doble de la tarifa habitual.

A pesar de todo, era un consuelo saber que estaba allí y el resto había quedado atrás.

***

Traté de entrar sigilosamente al departamento, pero al descargar mi maleta sobre el suelo, se encendió la luz de la habitación de Miko, que salió medio dormido para advertirme que mi cuarto estaba en cuarentena por una invasión de chinches. La noticia no me tomó por sorpresa, aunque me molestó el hecho de dormir en la sala. Sin embargo, estaba tan cansado que puse una cobija sobre el piso, me tumbé y caí dormido al instante.

•••

Cuando desperté, Miko, Vainilla y Morado me esperaban tomando el café en el comedor. La espuma rabiosa salía de sus ojos pero ninguno se atrevía a decir nada. El primero en estallar fue Vainilla, como de costumbre. Me observó por encima de sus lentes de hipster con marco ancho:

—¡Mira mi brazo! ¡Aquí está tu chistecito, pendejo!—dijo mientras ponía su antebrazo repleto de picaduras delante de mi cara. Los demás miraban la escena con indiferencia.

—Ahora hay que fumigar todo el departamento— continuó Vainilla—. Anoche encontramos una de esas alimañas en el baño.

Yo no tenía nada qué decir. La verdad es que nunca supe que había chinches en mi cuarto, pues en el centro histórico de la Ciudad de México las cucarachas son vecinas de todo el mundo. En verano siempre hay una oleada de mosquitos, zancudos y toda suerte de bichos se pasea alegremente por los viejos inmuebles. También es cierto que en ese entonces trabajaba mucho y no tenía tiempo de pensar en nada más. Lo único que quería hacer en mis horas libres era emborracharme, dormir hasta tarde y leer en la noche. Lo demás me traía sin cuidado.

—Debiste hacer algo antes de irte de viaje, gay—dijo Morado.

Yo permanecí callado. Solo asentí.

—¡Es que es imposible que no te hayas dado cuenta, cabrón! Cuando levanté la cobija vi varias manchas de sangre sobre tus sábanas.

En realidad, la invasión de chinches sucedía durante la noche, cuando el perfume dulce del calor se esparcía por el edificio y dejaba un hormigueo en el aire. A menudo, el único ruido que se escuchaba era el de la televisión que seguía encendida en casa de algún vecino. Hacía falta poner mucha atención para percibir el revoloteo de los insectos.

De alguna manera las chinches son capaces de percibir el momento en que sus víctimas duermen. Al parecer, tienen una especie de censor térmico —como las antenas de las hormigas— que les permite identificar los cuerpos por el calor que despiden. Entonces, cuando no hay moros en la costa, salen por sus presas.

—No sé cómo fuiste capaz de recoger esa cama de la calle— continuó Vainilla— Sin saber quién dormía antes ahí.  Qué asco.

—Sí…—respondí como buen hijo regañado.

Además de oscuridad, las chinches necesitan tiempo para actuar. Tardan por lo menos cuatro minutos en succionar una cantidad considerable de sangre, tras lo cual cambian de aspecto: se inflan, adquiriendo hasta tres veces su tamaño normal. Cuando se les mata, estallan y expiden un nauseabundo olor a plástico quemado que tarda un tiempo en dejar los lugares cerrados. Seguramente los puntitos de sangre sobre mis sábanas no eran producto de las raspaduras que me hacía jugando fútbol, como pensaba.

—¿Qué vamos a hacer contigo? ¡Buga tenías que ser! —fulminó antes de encerrarse en su habitación y dar un portazo.

•••

Con respecto a la cama donde anidó la plaga, debo exponer una pequeña defensa. Esa cama de tela rojinegra y desgastada me dio tantas alegrías como desgracias. La encontré en el primer piso del inmueble, junto a la entrada de las escaleras. Fue una tarde de febrero y yo estaba cansado después de un día de oficina. Apenas la vi, pensé en tirar la horrible cama sencilla que estaba usando y en donde pasaba muy malas noches. De hecho, era un minúsculo catre y cada vez que me estiraba e me salían los pies y pasaba un frío terrible en invierno. No podía moverme unos centímetros sin tocar el borde, y muchas veces estuve a punto de caer al suelo. Además, cuando dormía acompañado, sufría como un contorsionista para encontrar una posición adecuada en ese minúsculo metro cuadrado. Obviamente, mis esporádicas compañeras no regresaban nunca después de la primera noche.

Cuando traje la nueva cama, tuve por fin el espacio para comer, leer, fumar y ver películas sobre la amplitud de ese lecho matrimonial. En los cuatro meses que permaneció en mi habitación, vinieron a visitarme muchos amigos. Todos durmieron muy bien y yo me alegraba de haberla obtenido sin pagar un centavo. Sobre ella pasé buenos momentos con Simone, una poeta canadiense que conocí en un recital y permaneció conmigo sus dos semanas de vacaciones.

•••

Al día siguiente de mi tortuoso regreso desperté más cansado que antes de acostarme. Dormir en el piso no es bueno para nadie. Apenas abrí los ojos, sentí un ardor intenso en los párpados y decidí darme una siesta en la habitación de Miko, que a esa hora ya había salido a trabajar. Me eché tranquilamente sobre la cama, pero después de cinco minutos constaté que no podía volver a dormir. Fue entonces cuando escuché que alguien tocaba a la puerta. Supuse que alguno de mis compañeros de departamento había olvidado su llave, así que abrí de inmediato.

Era un hombre de unos 35 años, ni gordo ni flaco —el típico centroamericano —y llevaba un extintor amarrado a la espalda, una gorra blanca y una playera del Cruz Azul.

—Buenos días.

—Buen día—respondí de mala gana.

—Estoy pasando por todos los departamentos para fumigar cucarachas y chinches… Parece que hay una plaga en el inmueble. Si gusta le fumigo y después me coopera con algo. ¿Cómo ve?

La casualidad de su anuncio me sorprendió de manera positiva. Le sonreí y me hice a un lado.

Al entrar, el hombre sacó una especie de spray para fumigación y comenzó a trabajar sobre los muebles. Yo le iba ayudando mientras pasaba por cada lugar de la casa. Fumigamos el cuarto de Miko, luego el de Morado y Vainilla, y finalmente el mío. Yo aproveché un instante para enviarles un mensaje informando que había un fumigador en la casa porque todo el inmueble estaba infestado, pero Miko me respondió que ese hombre ya había pasado varias veces por el edificio y que a él no le daba buena espina. Entonces, el fumigador me interpeló:

—Lo malo con este producto es que no es suficiente. Hay que poner otro veneno, pero ese sí no lo tengo aquí. ¿Le parece bien que lo apliquemos?

—Claro que sí.

El hombre hizo una llamada por celular y luego me dijo:

—Mi socio ya viene para acá, pero debo ir aplicando este disolvente para que el otro veneno funcione bien. Lo mejor es que usted baje y le reciba el producto a mi socio mientras yo termino acá.

En ese momento, mi ritmo cardiaco se aceleró.

—Eh… No puedo dejar el departamento solo, jefe —le dije, extrañado— Vaya usted en mi lugar, ¿no? Mientras vuelve yo le dejo todo listo.

Mi respuesta molestó mucho al hombre. Refunfuñó algo incomprensible, me entregó el spray que estaba usando y salió del departamento. Esa extraña reacción me inquietó bastante. Fui a revisar mi cartera, que había dejado encima de la mesa, y efectivamente mi dinero ya no estaba. En seguida llamé a Vainilla, supuesto dueño del departamento, y le conté lo que había sucedido.

—¡No mames, Camilo! ¡Mira si no falta nada en mi cuarto! Yo tenía un poco de lana encima de la mesa !

Desde luego, también se la había llevado. Una angustia sin nombre me habitó el pecho. Mientras no lo vigilaba, ese tipo podía habernos robado cualquier cosa. De inmediato llamé a Morado y a Miko para preguntarles si habían dejado algo de valor y, por fortuna, no fue así. En ese momento comprobé que las manos me temblaban un poco. Me sentí ingenuo e idiota como nunca. Una leve paranoia de que el ladrón regresara con su cómplice me embargó durante cinco minutos. Cerré la puerta, puse los seguros y agarré el cuchillo más grande que había en la cocina.

Un rato después, sentí una pesadumbre por la desafortunada coincidencia que hubo entre la plaga y este patético ladrón. Esa pregunta condescendiente y tendenciosa « ¿Por qué yo? » me rondaba en la cabeza una y otra vez. Lo peor era que ambas desgracias me habían sucedido a mí pero también afectaban a mis compañeros de departamento. Así pues, lo lógico —creí— era irme antes de que me echaran.

•••

—Lo que no logro entender es por qué lo dejaste pasar si pensábamos contratar una agencia para que fumigara en dos días—me decía Morado mientras se enderezaba los lentes con cierto temblor en la mano.

—Pues no sé, güey— respondí lastimeramente— Pensé que ese cabrón nos podía echar la mano por un mejor precio.

El ojo derecho de Vainilla comenzó a parpadear a causa de un tic nervioso.

—Es que esto ya es defender lo imposible. Tú sabes que me caes muy bien pero estás poniendo la casa en peligro. Lo mejor es que busques otro lugar para el mes que viene.

—No hay ningún problema. Ya estaba pensando en eso.

Al cabo de un rato comenzamos a preparar las cosas para la fumigación, que tendría lugar dos días más tarde. Tuvimos que meter todos los objetos del departamento dentro de bolsas plásticas. Una montaña se iba acumulando e impedía el tránsito de la cocina a la sala. Por si fuera poco, había que lavar la ropa en agua hirviendo o repasarla con una pistola de vapor que un amigo de Vainilla nos prestó. Terminamos cerca de las 4 a.m., exhaustos.

•••

Durante el tiempo en que mi habitación estuvo cerrada y en cuarentena, fueron pocas las veces que entré. Me producía un extraño escozor saber que un nido de insectos se gestaba en mi antiguo espacio íntimo. Iba  exclusivamente a sacar mis pantuflas, alguna camisa para ir al trabajo o a buscar cigarrillos, pues no tenía otro lugar para poner mis pertenencias. De solo pensar en esos bichos infestándolo todo lentamente, caminando por encima de mi cama y sembrando sus huevos en cada rincón de la habitación, sentía un escalofrío que me subía por la nuca y terminaba en la punta de mi cráneo. Las constantes marcas y ronchas que dejaban las mordeduras en el cuerpo de Vainilla y Miko aumentaban mi paranoia.

A menudo me imaginaba yendo al cuarto para buscar algo y al abrir la puerta me encontraba con millones de chinches que desbordaban el espacio, me tiraban al suelo y luego me devoraban. Incluso una noche llegué a soñar con un escarabajo gigante que emitía alaridos y agitaba sus tenazas dentro de mi habitación mientras yo lo observaba aterrado desde el suelo, reducido al tamaño de una hormiga.

Otro de los efectos secundarios ligados a esta funesta plaga era lo que he bautizado como la “piquiña psicosomática”: siempre que mencionaba el tema, me venía una súbita comezón que provocaba —en mí y en mi interlocutor— un incontrolable picor que nos llevaba a rascarnos la cabeza, el cuello o los brazos.

 •••

El día de la fumigación me desperté con una tranquilidad en el pecho. Al fin íbamos a terminar esa siniestra convivencia. A la hora convenida, nos reunimos para sacar las bolsas de plástico que contenían nuestras pertenencias, dejando el espacio vacío. Unos minutos después, un joven flaco y lento se presentó delante de la puerta como el fumigador. Entre tartamudeos y vacilaciones logramos comprender que todo tomaría menos de una hora.

Morado y yo nos quedamos fuera del departamento, cuidando las bolsas estaban apiladas por el pasillo del segundo piso.

—Pinche Vainilla, ya nos peleamos otra vez —me dijo con una sonrisilla en la cara.
—¿Y ahora qué pasó? —respondí poco intrigado, pues sus peleas eran frecuentes.
—Me cela mucho, me acusó de andar cogiendo con otro bato.
—¡Qué mal plan, güey!
—Ni hablar…Ya dejamos el Grinder…  Los tríos los buscamos juntos, nos ponemos de acuerdo…
—¡Qué sofisticados! —bromeé.
—Cállate y mejor dame un cigarro, marica.

Saqué mi cajetilla y le ofrecí uno, que encendió al instante. Se puso sus audífonos y se sumió en su smartphone. La mala noche que había pasado me provocó una somnolencia profunda. Sin nada más que hacer, acomodé varias bolsas, formando una especie de colchón en el pasillo y me quedé dormido.

•••

El sonido de un portazo me despertó de golpe. No supe cuánto tiempo pasó, pero el fumigador había terminado hacía mucho porque la puerta del departamento estaba entreabierta y la mayoría de bolsas no seguían en el pasillo. La oscuridad impedía saber si era de día o de noche. Me di cuenta de que Vainilla y Morado discutían en la cocina, pues ya me conocía sus gritos. Normalmente, deberían terminar de pelear en un rato y pasarían al sexo de reconciliación o a lo que Miko y yo llamábamos “Trío de reconciliación”. Yo quería pasar a mi habitación para poner todo en orden, pero preferí esperar un poco para no toparme con ellos. Sus reproches me hacían sonreír. No podía creer que una pareja que lleva tres años juntos pudiera pelear por esas tonterías.

Sin embargo, el tono de la discusión fue subiendo. Morado gritaba cada vez más fuerte. Yo esperaba ansioso a que concluyeran hasta que, de golpe, el ruido cesó. Seguramente la pelea había terminado con un beso y ahora estaban en lo que sigue. Un amable silencio se instaló en el edificio. Yo me encendí un cigarrillo y me puse a leer el timeline de Facebook. Todo el mundo parecía tan feliz desde allí. De pronto, se oyeron unos golpes en la cocina. Golpes en seco, como cuando se estrella algo contra el suelo. Me paré enseguida y abrí. Entonces descubrí a Vainilla estrangulando a Morado con sus manos mientras este pataleaba, ya sin fuerzas, y lanzaba tímidos manotazos. Los ojos de Morado estaban inflados y las venas de su frente brotaban desmesuradamente. Horrorizado, atiné a lanzarme sobre Vainilla y traté de forzarlo con mis manos para que las suyas abandonaran el cuello de su novio. El impacto de mi choque sobre ambos, nos tumbó a todos al suelo, pero el cuerpo de Morado seguía estirado, tieso. Vainilla, aterrado, estaba acurrucado a un lado de la pieza.

Me levanté al instante y traté de reanimarlo. Puse mi oreja junto a su boca pero ya no respiraba. Le hice leves presiones sobre el pecho como aprendí en el servicio militar, ciento veinte compresiones por minuto y tres soplidos de respiración boca a boca. Al intentarlo varias veces comprendí que no serviría de nada. Tomé mi celular y pedí una ambulancia. Recuerdo el temblor de mi voz al comunicarme yl tratar de explicar lo sucedido. Escuché el portazo de Vainilla, que salió del departamento. Yo regresé a la cocina, recogí sus lentes rotos del suelo y subí a buscarlo en la azotea.

•••

Era una linda tarde y el perfume del calor sobre el pavimento disipaba un sopor en el aire. Los tendederos de ropa estaban llenos y las prendas bailaban al son de un viento apacible. Luego de buscar en varios rincones, lo encontré frente a la vieja catedral de policía. Sentado, tenía la cara entre las piernas y sollozaba suavemente. Me acerqué, dejé los lentes, la cajetilla de cigarros y un encendedor frente a él. Me senté a su lado y vi pasar el tiempo de ese domingo gris. Lo único que se oía afuera eran los gritos de los vendedores callejeros, que pasaban pregonando su retahíla.

Vainilla se secó las lágrimas con su playera y encendió un cigarro.

—¿Está muerto, verdad?—me preguntó.

No respondí. Entonces Vainilla tomó sus lentes medio rotos, se los puso y se incorporó. Las escamas de cal y el óxido roído le daban un hermoso tono carmesí a las paredes de la catedral. El sonido de la ambulancia se oía cada vez más cerca. En ese momento, Vainilla se volvió hacia mí con una mirada de gratitud en los ojos y, por primera y última vez, me tendió su mano para ayudarme a levantar.

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*Camilo Rodríguez tiene una maestría en Letras Francesas y especialización en Comunicación de L’Université de Toulouse II. Actualmente trabaja como consejero pedagógico en Éditions Maison des Langues y escribe en la sección de Cine y libros de Revista Nexos en línea.

Por culpa de Murakami, un cuento de Óscar Pachón


Las flores de Takashi Murakami trastornaron mi vida. Nada me ha impactado como ellas. Son coloridas, vivaces, parecen inocentes y en su sonrisa siempre hay una puerta abierta, una palabra inconclusa, una invitación. Cuando pensé que serían el regalo perfecto para lograr el regreso de Ana Sofía a la lucidez, la razón me dio una bofetada para recordarme que podrían llegar a remplazarla. Su rostro iluminado, sus ojos brillantes y sus pétalos generosos les dan grandeza ilimitada.
Para ser sincero, yo no tenía la menor idea de la existencia de Takashi, y menos de sus hermosas flores. Fui al Museo sin mucha convicción porque no me apasiona el arte, no tengo sensibilidad y me tensiono cuando me obligo a comprender algo que no me genera interés. Tampoco tengo el menor asomo de talento para la palabra, apenas declamo de memoria. Mi mente, con esfuerzo y resignación, cumple con las tareas propias de mi empleo como administrador de una pequeña fábrica de pantalones.
Debo confesar, sin embargo, que desde que vi aquellas majestuosas flores mi alma lírica despertó furiosa; ni siquiera en los mejores tiempos con Ana Sofía había estado mi espíritu colmado de sentimientos tan puros. Aunque todas eran bellas, juré que premiaría a la que más me gustara con mi amor sincero y frenético: “Ahora te llamarás Lu”, le dije cuando la vi en la sala de exposiciones y le juré fidelidad eterna. Volví a casa muy feliz. Ya no me importaba que Ana Sofía, desquiciada, caminara por el bosque del manicomio, con su vestido negro.
Imprimí la mejor foto que les había tomado, recorté a Lu y puse el retrato en el marco de madera donde, hasta entonces, había estado el de Ana. Estaba dichoso porque una mujer golpeada por la locura se iba de mi vida gracias a una flor de doce pétalos rojos y blancos, rostro amarillo redondo, ojos negros de pupilas blancas y boca rosada con un “te amo” eterno. Yo también te amo, mi Lu.
Desde entonces fui feliz porque me llenaba la ilusión de verla al salir de la fábrica. Cada tarde me apresuraba, caminaba seis cuadras hasta el museo, pagaba tres mil pesos, entraba a la sala y allí estaba. Todas sus amigas me miraban y sonreían infructuosamente porque mi corazón le pertenecía solo a ella. “¿Cómo estás, mi amor? Hoy tuve que pagar los proveedores, no te imaginas el cansancio. Sería maravilloso que me hicieras uno de esos masajes milagrosos. Estaré como nuevo en la mañana. Bueno linda, voy a descansar. Sueña conmigo y cuida mucho a tus hermanas. Te amo”.
Aumentó entonces la frecuencia de ese sueño: Lu brotaba del suelo del bosque del manicomio, Lu como chorro de petróleo, Lu caminaba y se aferraba al rostro de Ana Sofía que caía asfixiada. Después Lu me abrazaba con sus pétalos. Lu me besaba. Lu me decía que nunca me abandonaría. Me empezó a bajar el desespero por los brazos. Me di cuenta de que no podíamos seguir viviendo como novios adolescentes. Le relaté al director del Museo cómo nos habíamos enamorado y le hice ver que para un hombre de más de cuarenta años era ridículo tener que visitar a su amor en las tardes y en presencia de todas sus hermanas. A pesar de la contundencia de mis argumentos, hizo alarde de sus mejores aptitudes de burócrata inflexible para explicarme que las flores estaban en el Museo bajo la figura de un comodato y no podía regalarme a Lu, como yo solicitaba. Le ofrecí cinco millones de pesos para que simulara que había sido robada, a lo cual se negó de manera vehemente. Apenado, fui a la sala e intenté contarle que no podíamos irnos. Fue imposible disimular, el llanto me ganó y caí de rodillas, ahí, frente a ella. “Perdóname, amor”, le dije sin mirarla a los ojos, me levanté y salí a toda prisa. Esa noche no pude dormir, empecé a escribir sonetos, fumé Mustang rojo, me tomé cinco tragos de la botella de mezcal que conservaba en el armario, recordé el primer día que la vi, cómo nuestras miradas se encontraron: yo aburrido, en el Museo; ella sonriente, mirándome a través de un cristal, en medio de decenas de flores. Decidí que ningún obstáculo, ni siquiera un arrogante directorcillo de museo, se iba interponer en mi camino hacia la dicha.
El día siguiente, en el trabajo, pasé las dos últimas horas de la tarde buscando por internet los datos de contacto de Takashi. Nueva York, Tokio, Londres, Los Angeles, Doha, no sé; en algún lugar tenía que estar metido. Aunque la investigación fue infructuosa, salí fortalecido por mi nueva determinación. La visité, le conté mi plan y me di cuenta de que ella conservaba una esperanza en su sonrisa. “Mañana nos vemos, amor. Este infierno acabará pronto”, le dije. Besé el cristal y me fui a casa.

Hoy me levanté muy temprano, fervoroso, con la ilusión de encontrar un número de teléfono o un correo electrónico para hablar con Takashi; estaba dispuesto a pagar cualquier precio por tener a Lu solo para mí. Prendí el computador, abrí la página del periódico e inicié una rápida lectura sin mucha convicción: política, violencia, deportes, todo rutinario hasta que un titular llamó mi atención:
Roban flores de Takashi Murakami
Me apresuré hacia el Museo, y ver la puerta principal cerrada fue más, mucho más, de lo que mi corazón podía resistir. Me arrodillé a llorar. No había duda: se había ido. Mató mis ilusiones. Tantas visitas a Lu, tantos sueños con Lu, tantos planes con Lu, el préstamo en la fábrica para empezar una vida juntos, mientras ella, burlándose, consideraba con total meticulosidad el mejor momento para huir.
¡Lu, ahora cautiva, mañana promiscua! Dudo que se trate de un robo. Se fue a enamorar a otro con su sonrisa perversa. Mejor dicho, ¡qué alma lírica ni qué nada! Esa mierda no existe. La poesía es la excusa de un séquito de pendejos para no hacer nada productivo. Yo suspirando por una flor, ¡semejante maricada! Quedé solo. Ana Sofía está más loca que una cabra con su mugroso vestido negro, caminando por el bosque de ese sanatorio, comiendo cucarrones. Y los poetas malditos: malditos poetas, creadores de mundos de viento, sin problemas terrenales. El arte, ¡bonita vagabundería! Regreso a mi vida de antes, pensé, me puse de pie, fui a una tienda y compré media de aguardiente Antioqueño para tomármela en casa. Hoy no voy a trabajar y que coma mierda el jefe.

Abro el grifo del agua caliente. Me extiendo en la bañera, quiero pensar. Recuesto la cabeza en la pared. Veo el alma lírica que me quiere agarrar, pero sale a correr cuando le hago pistola, destapo la botella. Me voy a tomar un trago y un ruido me detiene. Abren la puerta, seguro son los ladrones y aquí no tengo ni un corta uñas. Me quedo quieto esperando que se lleven lo que quieran y ojalá que la foto sea lo primero que empaquen. ¡Faltaría más! Yo con foticos de flores en la mesa de noche. Retumban pasos decididos, se abre la puerta del baño. ¡Una de las hermanas de Lu! La azulita, pero luce distinta: dos colmillos cuelgan de su labio, es babosa, su tallo es grueso y espinoso, tiene seis raíces de color verde oscuro y patas de rana. Entra también la verdecita, estoy cagado del susto:
—Hola, ¿vinieron con Lu? —les pregunto vacilante.
—Claro, se muere por verte —me responde la azulita.
—Pasa, Lu —dice la verdecita.
—Hola, amor —me saluda Lu.
Sus patas son más grandes que las de las demás. Tiene una mano (nunca se la había visto) y en ella una daga, camina hacia mí.
—Juntos por siempre, querido —me dice.
El alma lírica se asoma, me señala y se burla a carcajadas.

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Óscar Pachón nació en Bogotá. Es licenciado en filología e idiomas de la Universidad Nacional y mágister en escritura creativa de la Universidad de Iowa.

Imagen: Flores, T. Murakami. Google.

Moteles, un cuento de Viviana Tafur

Viviana Tafur es bogotana. Magíster en Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo. Ha trabajado como profesora de español, gramática y literatura y es correctora de estilo.


 Cuando despertaste tuviste la corazonada de que algo pasaría, ya sabes, esa sensación de extrañamiento. A lo mejor por eso no querías ir pero no había otra opción: era el último día del préstamo y tenías que entregar el libro, el viaje hasta el Centro era necesario. El presentimiento se consolidó con el encuentro frente al baño del primer piso de la biblioteca. Reconociste en su cara el mismo gesto de la última vez. No pudiste evitar recordar el estribillo de la canción con la que te levantaste esa mañana: «Qué milagro verte aquí, pensé que más nunca te iba a ver». Te sentiste mal, quisiste esquivarla, no pudiste hacerlo. Tus mejillas ardieron, te pusiste rojo.
     Vino el saludo incómodo y las preguntas rutinarias que ninguno quería contestar. Después una invitación a tomar algo, más por compromiso que por gusto y con la convicción de que sería rechazada. Te equivocaste: ella aceptó. Fueron a la tienda de siempre.
     Finges que todo está bien, pretendes no ser rencoroso. Aprovechas la oportunidad para decirle un par de cosas. Sigue el eco de la canción: «No quiero causarte dolor, pero como yo tú lo tienes que sentir, eso no se llama injusticia, eso sí se llama vivir». Habías imaginado la misma conversación tantas veces que parecías repetir un guión. La conoces bien. Las palabras se te suben a la cabeza. Te jode que te diga que no seas grosero. Cubre su rostro con ambas manos, parece llorar. De nuevo te sientes mal. Te jode que ella te joda, «Qué pena me da, qué pena». Intentas ser fuerte. Empiezas a hablar.

*

Dijo que nunca había ido a un motel porque le daba asco, pero tú tenías ganas de cogértela y se lo sugeriste varias veces sin éxito: nunca te diste por vencido. Como no había de otra ideaste un plan. La invitaste a bailar al sitio que ella mencionó, el lugar de salsa con estilo de grill caleño en Lourdes, ese que tiene sillas en forma de media luna forradas en cuero sintético rojo, que suspiran cuando alguien las utiliza.
     Le encantó la música y las luces del techo. A ti te encantó ella. Vestía una falda negra, una blusa blanca y unas botas altas. Además ese olor. Te gustaba salir con ella para que todos la vieran.
     No bailó únicamente contigo y no tuviste problema con eso, está tan buena que siempre llama la atención, tiene un trasero genial y unos hermosos senos. Verla bailar es todo un espectáculo: sus giros, las muecas y los gestos. Bailaba tan bien que pensaste que sería tremenda en la cama. Te la querías comer desde que entró a trabajar en el colegio en el que eras profesor. A ti también te pidieron bailar. Esa noche varias coquetearon contigo y a todas les dijiste que no: solo tenías ojos para ella.
     Mientras bailaban la deseaste más que nunca. Tenías claro que no podías desaprovechar la cercanía de tantos locales que comercian con el amor.
     Tomaron ron, Ron Caldas, porque no te da guayabo. Te diste cuenta de eso una vez bebiendo con tu mejor amigo cuando se bajaron dos botellas y media, y como al otro día no tenías maluquera decidiste que ese sería tu trago de ahora en adelante. A ella también le gustó. Se quedaron en el bar hasta las tres de la mañana, estaban bastante prendidos; ella quería seguir bebiendo y le insinuaste lo del motel, ¿recuerdas que le dijiste que en esos sitios venden licor?, fingió no escucharte y te hizo entrar en la rockola del frente que aún estaba abierta. Emparejaron el ron con cervezas y perico.
     Antes del amanecer fue ella quien insistió en ir al motel. Te alegraste por eso, todo salía según lo planeado. Entraron a uno cerca y creíste que te cobraban de más por el estado en el que llegaron, no te importó. Valía la pena por culiar con la mujer que te enloquecía. Pagaste con tu tarjeta de crédito. Tres cuotas. Ella miró con detenimiento la habitación, como intentando memorizar el aspecto de las cosas: la cama, los espejos, el televisor, el baño. Te pidió usar el sauna. Probaste todas las poses que conocías y supiste cuán flexible podías llegar a ser. Te esforzaste: después de la felación que recibiste no merecía otra cosa. Evidentemente su experiencia era mayor que la tuya. La mejor con la que habías estado.
     Luego, una frase apenas perceptible:
     –Te amo –dijo ella montándote, sin detenerse.
     –¿En serio…? –preguntaste con cara de estúpido y con temor a perder la concentración.
     –Es verdad. Desde hace tiempo quería decírtelo –contestó ella mientras se inclinaba hacia ti para besarte.
     –También te amo… y mucho –dijiste sin terminar de creer que lo habías dicho.
La abrazaste. Pensaste que era uno de los momentos más bellos y románticos de tu vida, te sentiste como un quinceañero, te sorprendió que fuera verdad lo que decías porque creías que era pasajero y pasional. No lo era. Te enamoraste. Fuiste un idiota.
     Durante un tiempo te creíste el mejor. Era genial que una mujer como ella estuviera contigo y más genial que dijera amarte, que te tomara de la mano en la calle. Andabas orgulloso aunque en ocasiones sentías que no la merecías.
     Te tomó unos meses descubrir que ella no tenía nada en contra de los moteles. No tuvieron que contarte, la viste entrar a uno.
     Estabas tomando en Venecia, en el bar de un amigo, y fuiste por empanadas a la esquina cuando la viste bajar de un taxi en compañía de un tipo: un moreno flaco, alto, ojón, con barba, bigote y gafas gruesas. Tenía pinta de intelectual vaciado. Los viste atravesar el umbral del motel. Quisiste gritarle, insultarla. No lo hiciste, pudiste contenerte y volviste al bar. Esa noche te emborrachaste de tal forma que no recuerdas cómo llegaste a casa. La dejaste.
     Descubres que lo que más te molestó es que tú te portaste bien, no les hiciste caso a las otras profesoras que te buscaban, ignoraste las propuestas de varias amigas en tus redes sociales por estar con ella. Hirió profundamente tu ego. No le contaste a nadie lo que sentías, porque esas vainas no se hablan con los amigos.

*

No la habías visto en un largo tiempo. Sigue estando igual de buena. Le miras el culo mientras se levanta al baño para arreglarse el maquillaje; ahora que lo piensas, nunca la habías visto llorar. Te sorprende que suene la canción de tu cabeza en el local «No creas que no te quiero, te aseguro que no es verdad». Llevan un rato ahí sentados: tú reclamando y ella llorando. La gente del lugar te mira con recelo, como esperando para poder echarte a patadas. En especial los hombres, se nota que varios quieren consolarla. Te esfuerzas porque los demás escuchen que fue ella quien la cagó.
     Vuelve a la mesa con esa actitud pusilánime. Te parece raro verla así, ese carácter no corresponde a su personalidad. Crees que se burla de ti. Pides dos cervezas más, quieres escuchar lo que tiene para decirte. No te mira, hace algunas muecas en el espejo que está pegado en la pared. La ves ensayar distintos semblantes, tomar impulso y al final no emitir sonido alguno. Parece elaborar un discurso. No entiendes cuál es su intención, quieres irte. La canción dejó de sonar hace un tiempo, «Pensé que te sentías igual como yo, pero al dejarme aquel día, ni pena te dio»…
     Espeta algo que no justifica la preparación previa: dice que lo siente, estaba borracha. Por supuesto que te vio esa noche. Te preguntas entonces por qué lo hizo, se lo preguntas a ella. No contesta. No tiene nada que decir. Eso te entristece, sabes que la conversación no tiene ningún sentido y te molesta su pose de víctima. Estás seguro de que ya nunca será lo mismo. Te armas de valor, puedes hacerle frente, piensas: «Prueba la misma medicina que me hiciste probar, somos los dos humanos, somos los dos igual».
     No conocías la facilidad con la que trae lágrimas a sus ojos o con la que puede impostar su voz para hacerla lastimera y consentida. Lo peor es que parece lograr su cometido. Empiezas a flaquear, ella se da cuenta. Quieres abrazarla, hundirte en sus pechos, besar su cuerpo de pies a cabeza. Recuerdas el polvazo que es y sientes el comienzo de una gran erección, cruzas las piernas para disimularla. Pones los codos sobre la mesa, apoyas el rostro en tus manos y te quedas viéndola fijamente. Sigue hablando, no le prestas atención. Estás embelesado. De improviso sujeta tus manos y sientes un corrientazo en la espalda. De nuevo se te para. ¡Tienes que dejar de pensar con el pene!
     Se te acerca tan lentamente que la escena no parece real. Tu corazón se acelera. El sonsonete de la canción no se disipa del todo, la parte que recuerdas es una suerte de alarma, «En mí hallaste un amor sincero, que no supiste aprovechar, pensaste que podías irte y a tu gusto regresar», te pones en alerta y tiemplas tu carácter… hasta que te besa. Tu mente se pone en blanco. Te aseguras de tener la tarjeta de crédito en la billetera.
     Van a un motel.

Imagen: 2046,Wong Kar Wai

Quitar lo vivido, un cuento de Juan Alvarez Castro

Por JUAN ÁLVAREZ CASTRO

Un hombre vestido de negro transita la solitaria calle de sus paseos cotidianos,  ensimismado levanta el cuello de su gabán a la altura de sus orejas para soliviantar el frío de los primeros días de la primavera parisina.
Su calva cabeza se inclina buscando el suelo como si le pesara el pensamiento del filósofo que perdió la razón abrazándose a un caballo llamándolo hermano:
-Ah Fritz, exclama y se sumerge en sus cavilaciones sin presagiar que ese será el último paseo que dará en su vida.
Esa noche soñó con Melanchton, y lo vio sentado en su casa, la que le habían dado los ángeles en la eternidad, con calma le respondió cuando éste le preguntó acerca de la fe, tampoco se molestó cuando se escuchó respondiéndole que ese no era su problema, prefirió despertarse y buscar el libro de Borges que algunas semanas atrás estuvo leyendo, ojeó cada página, pensó en la razón y su relación con la impiedad, entonces dejó caer el libro sobre su pecho.
Pensó en cómo funcionarían los dispositivos de poder en Latinoamérica, al fin y al cabo para él resultaban  regiones muy jóvenes, pero quizá muchas de esas regiones deberían padecer los fenómenos propios de una judicialidad premoderna y muy ceñida a lo que en su momento fueron los tribunales de la inquisición; su clase del 26 de febrero de 1975 había versado sobre ese dominio del pensamiento católico que descalifica al cuerpo, direcciona la conciencia, encumbra al misticismo sin hablar del lenguaje religioso aplicado como saber a quienes convulsionaban calificándolos como posesos sin darle lugar al conocimiento clínico.
Muchos estudiantes latinos habían asistido a sus clases y quizá algunos de ellos menos imbuidos por la tendencia europeizante, en lo posible podrían arriesgarse a hacer un estudio genealógico sobre los dispositivos de poder en sus países de origen.
La cálida atmósfera de su habitación le devolvió el buen humor para dormir, se dejó arrastrar por el ansia de sueño que doblegaba sus rodillas y embotaba su cabeza.
-Episode de la vie de un artiste, el sonido de los violines le hacía evocar el valse de la sinfonía fantástica de Héctor Berlioz,. No recordaba haberla puesto a sonar y prefirió escucharla viniera de donde viniera y prepararse para dormir de nuevo.
Siempre quiso dominar el mundo de los sueños pero nunca lo había logrado, esta vez la ocasión le era propicia y no se entregó a reflexiones sobre el tema que le parecieron absurdas, tres puertas de madera esperaban frente a él ansiosas de ser abiertas, tomó la manija de la que le pareció más rústica y lejano a su costumbre de reflexionar acerca de lo que hacía se introdujo en el mar de lo desconocido:
-El mar de los sargazos, se dijo a si mismo.
Una habitación en penumbra lo recibió, no pudo fijar alguna atención en aquel ámbito inesperado porque la orquesta marcaba los últimos compases del allegretto non troppo de la sinfonía fantástica. Compases que se mezclaron con voces cercanas a las que sin querer aplicó toda su atención.
-Los filósofos nunca han sido artistas. Dijo una de ellas y luego se interrumpió, y sonaron  plenas las campanas del sexto movimiento de la sinfonía, songe d´une nuit du Sabbat.
-Vaya manera particular de soñar, se dijo, y volvió a prestar atención a aquellas voces que le hacían presagiar un rato de diversión.
-Occidente ha sido demasiado racional, los filósofos apuntan más allá para explicar la condición del mundo y la condición del hombre, pero el arte existe para que el hombre no enloquezca frente a la verdad de su ser en el mundo.
-Tara, la, tala,cha cha chaaa.
El sonido de un piano caribeño invadió la escena con fuerza y profusión que perturbaron al soñador:
-Cumba, cumba, cumbanchero, bongocero, la la la la la laaa.
Su cuerpo se agita y le entrega una sensación que nunca ha tenido, una descarga de instrumentos que a él le parecieron el colmo del paroxismo, dieron paso al silencio desde el cual la voz tomó posesión del lugar.
-¡Claro!, algo comparten filósofo y artista, la soledad, esto quiere decir que sienten y observan profusa e intensamente, ¿No es acaso Thomas Mann el que nos llama la atención al respecto cuando dice que los hombres solitarios tienen pensamientos más graves, más extraños y siempre tienen un matiz de tristeza, imágenes y sensaciones que se esfumarían fácilmente con una mirada, una risa,  un cambio de opiniones, no es él quien a renglón seguido dice que la soledad engendra lo original, lo atrevido y lo extraordinariamente, lo bello: La Poesía?
-De acuerdo, respondió la otra voz,  de matiz más fuerte, pero ¿no es el mismo escritor quien a renglón seguido, para utilizar tus anteriores palabras, afirma que la soledad engendra, de igual manera, lo desagradable, lo inoportuno, absurdo e inadecuado?
De acuerdo, pero…..El soñador no pudo seguir escuchando….Tlu, tlu, lu, lu luuu. Resonaron otras notas dentro de su cabeza…Tiquiribun mandinga, tiquiribun mandinga, ataca Rubén…… Y el piano se regodea en un solo de fraseos cortos y largos…Tululum, tululum, pli, pli, plii, tera, tera, tera, , Mandinga, quiribun, quiribun, quiribun , mandinga….. Y luego la trompeta, y él extasiado se entrega a esa música tan ajena a su mundo…Turu ruuu, ta, la , la la , laaa,Tiquiribun mandinga….Y luego el piano ataca con otra melodía que lo deja boquiabierto, Sibonney, ta, la, laaa, la, la,Furu fui, furu fui, Sibonneyla, la, laaa, Sibonney, pala, palaa, palaaa, ….Y él musita con emoción, Sibonney, siboney…laaaa.laaaa….
-Hay muchas versiones de Almendra pero la que interpreta Rubén Gónzalez me gusta mucho. Ta. La. La . laaa.
-Ah!, no estoy loco, estos también escuchan la música, quizá me pueden ver, se dice el soñador, y avanza en busca del lugar de donde provienen las voces. Grandes ventanales  abaten una sala extensa, por cada ventana, sin permiso,  gigantescos rayos de luz solar penetran, es una tarde de cielo azul.
-A qué hora entró la estación de verano? Se pregunta el soñador comenzando  a sentir   una pena que no conocía al tener puesto el gabán negro, color impropio del verano parisino, un gabán que extiende su cuello hasta las orejas, sin embargo no se lo quita pero no logra sustraerse a la inquietud de aquella sala, extensa y poblada a los costados.
-Buenas tardes dice…Nadie le contesta, tan sólo alguien sentado en una silla al fondo de la sala blanca se fija en él y le responde con inquietud:
-Buenas.
El soñador reconoce el timbre de una de las voces y responde corto y sosegado.
-Buenas.
Hasta ese momento descubre que habla un español fluido y sin el arrastre de la “r” francesa.
-Quiere usted decirme, ¿Dónde estoy?
-Está en la antesala de la vida o la muerte, como a usted le plazca.
-¿Por qué lo dice?
-Ubíquese señor, por si no se ha dado cuenta, está usted en una sala de hemodiálisis.
-Ya veo. Respondió
No quiso preguntar más, levemente recordó que alguna vez estudiando archivos para escribir El nacimiento de la clínica, tropezó con un manual de nefrología en el que documentaban el tema. Recordó también que hacia 1954 se realizó el primer trasplante de riñón con éxito. Pensó que la palabra éxito no sonaba tan vacía cuando tomaba como referencia lo clínico y sonrió. Ya no quiso preguntar más y fue en ese momento cuando a lo largo y ancho de la sala observó a muchas personas acostadas en sillas de color gris, sillas plegables.
-Qué raro pensar en esa palabreja. Se dijo, y volvió a repetirla sin encontrarla adecuada para describir esas sillas que tenía ante sus ojos.
-Lo relevante aquí son estas personas. Se dijo.
De los brazos de aquellas personas brotaban de manera alterna líneas por las cuales corría sangre,  las de tapa azul  estaban conectadas a la vena y por la roja a la arterial, según pudo dilucidar. Esas líneas iban a un dispositivo que seguramente era el que hacía de riñón artificial. Esta visión le causó naúsea entonces prefirió dirigir su mirada hacia la ventana donde observó las nubes algodonadas del estio que se empapaban de luz solar y de paso tornaban fresca la atmósfera de aquel lugar que por momentos lo asfixiaba.
-¿Si todos aquí parecen dormir, por qué usted no lo hace? ¿Si usted insiste en hablar es porque no le da sueño?
-No crea, le responde la voz, hasta hace poco la gran mayoría en la sala no dormía,  ahora el cansancio que produce el procedimiento hace presa de ellos y pretenden dormir, por si le interesa yo no puedo hacerlo, sólo me basta con sentarme en esta silla y toda posibilidad de dormir  se ausenta.
-¿Era usted el que hablaba hace un momento de la relación entre arte y filosofía?
-A veces me pongo efusivo y el vecino me sigue la corriente.
-Ya veo, perdone, ¿Es usted un buen lector de Thomas Mann?
-Sí, desde pequeño lo he leído, igual que a Borges y a los filósofos de siempre y de ahora.
-¿Ha leído a los filósofos contemporáneos?
Y esa pregunta la hizo el soñador picado por la vanidad sin dejar de pensar en Borges y en la idea de que estuviera muerto y este fuera el lugar que los ángeles le hubieran adjudicado en la muerte.
-Sí, los he leído.Le respondió la voz atada a la silla…Tuve profesores en la universidad que estudiaron con filósofos alemanes, norteaméricanos y franceses de esta época, diga usted, Heidegger, Rawls o Chatelet, pero usted sabe,  a veces esos discursos tan ilustrados resultan muy ajenos a las realidades de nuestros países.
Apartó de si la idea que tenía de ya estar muerto, y herido de nuevo en su vanidad y quizá picado por la curiosidad le inquirió:
-¿Pero acaso en Francia los estructuralistas y sus ulteriores investigaciones no aplican a la realidad en occidente?
-Tiene razón señor, en Francia, pero en Colombia la filosofía es una disciplina que como profesión puede matar de hambre o termina por ser una disciplina para gustos exquisitos, o se estudia para que los profesores de primaria puedan ascender en el escalafón. Al estudioso de la filosofía se le tilda de loco y al que adquiere rango académico no se le respeta, aquí al que menos se le escucha es al filósofo.
-¿Colombia?..Gritó el soñador.
-Sí, Colombia, ¿Acaso cree que está en París?...?
.Noo, hombre…Respondió el soñador mientras recordaba que estaba en un sueño y que por primera vez podía manejarlo a su antojo, por eso se atrevió a preguntar a la voz de la silla de procedimientos:
-¿Entonces los estudios de analítica de poder, la genealogía del conocimiento y la arqueología del saber no aportan nada en este país?
-Claro que aportan, pero no olvide que este es un país de necesidades primarias, básicas, que ese es un estado de supervivencia que termina por arrebatar cualquier posibilidad de análisis y debate, recuerde que aquí no se hace política, aquí los gobernantes pertenecen a clases dominantes, que son solo eso, clase dominante, que nunca han tenido perfil, el perfil de la verdadera clase dirigente, ellos gobiernan para si…
-Singular concepto, ¿Puedo sentarme?
-Claro, hágase al fondo, más allá de donde se encuentra en este momento y espere a su familiar y si lo molestan tiene que sentarse afuera en la sala de espera que se halla pasando la puerta de vidrio.
- No, seguramente no me molestarán.
Y recordó que estaba soñando, que él había abierto a su antojo la puerta del sueño y que podía inventarse un enfermo en diálisis, o, por qué no, él mismo ser un enfermo renal, entonces se arrellanó en la silla de cuero café que estaba en frente de la puerta de vidrio mientras le preguntaba a la voz si iba a continuar la conversación.
-Seguramente cuando el vecino se despierte incurriremos en la conversación.
-Oiga, volvió a preguntar el soñador, ¿Aqui estaba sonando música?
-¿Cierto que era deliciosa?
-Cierto. ¿Puedo volver a escucharla?
-Espere a ver qué puedo hacer…..
¿Y si estuviera muerto?. Volvió a pensar el soñador, debería tratar de despertarme y comprobarlo, pero no ¿para qué?. Ya habrá tiempo para comprobar todo lo que quiera, al final de cuentas es la primera vez que manejo la dimensión onírica.
Esta última frase no le gustó mucho, arrugó su frente como si le disgustara sentirse afinando en lo intelectual, se retiró las gafas y las limpió con uno de los bordes de su gabán que se le antojó raido y grasoso pero apropiado para la atmósfera de su sueño. Atmósfera era una palabra que se le repetía en esta jornada y brevemente llegó a pensar que su agudeza intelectual se estaba deteriorando:
-¿Pero de qué me quejó si los muertos no necesitamos de tantas palabras en los territorios de la muerte? ¿Me estaré deterritorializando? ¿Es el mundo del sueño el ámbito del rizoma o el cuerpo sin órganos?
Sintió un ligero estremecimiento y sonrió pensando en Pilles Delleuze que a la vez pensaba a esa hora en la lógica del sin sentido.
-¿Dije Pilles?, Pobre Gilles, definitivamente los muertos sufrimos con las palabras, seguro que  la vida real se deshace en la muerte cuando las palabras se deshacen en nuestros labios y nos turbamos para hablar.
Eran estos los andurriales por los que  andaba el soñador cuando un flautín lo sacó de su ensimismada reflexión.
-La música deleita. Dijo la voz en diálisis.
No le respondió, comenzaba a pensar que esa voz no tenía cuerpo cuando la orquesta lo sacó de su inquietud……..la, la la, laaaa , y el flautín sonaba y extendía la nota, las cuerdas lo arrebataban en su presagio de una descarga que pocas veces había escuchado en lo sinfónico.
-Definitivamente esta música es diferente, se dijo, y allí estaba la descarga….Escúchalo pa´que aprendas, vacílalo, y el piano se desbordó acorde tras acorde..palán, palán, para, , para, maraca tocando almendra, disfrútalo…. Pa´ que aprendas , vacílalo…. Y vuelve el flautín y a él la sangre se le quiere salir y una fuerza lo impulsa a bailar ese ritmo y el flautín se le mete por entre las orejas y le llega a su cerebro y tararea fluido….taaa, ta, tala, talalalaaa, y la música se acaba y él cree que si esta es la antesala de la muerte, moro es delicioso.
-Me estoy tragando de nuevo las palabras. Morir es delicioso se vuelve a repetir.
-Eso lo dice usted porque no está amarrado a esta máquina. ¿Le gusta la música que está sonando?
-Es deliciosa, se dice como si se respondiera a si mismo mientras el flautín se complace y se regodea en si mismo.
-¿Cómo se llama esa canción?
-La primera que sonó se llamaba Almendra, la que acaba de sonar se llama Por un cerro mejor y la que está sonando se llama Danzón Habana..
-Es más lento, dijo el soñador.
-No se equivoque, tiene las variaciones de un danzón, imagínese bailándolo con una mulata, siguiendo sus contornos, aliento contra aliento, bordeando los terrenos del deseo.
-La Libido…
-Lo que sea, le respondió la voz. ¿Acaso libido en buen latín no es deseo, y no es la libido la que se hace presente, la que se desoculta en el baile?
-La libido está presente en todas las acciones humanas…
-Más en la política, acuérdese de la Libido Dominandi.…
-Sí, reflexionó el soñador, esa libido tiene como fin último la negación de las posibilidades de fines distintos que correspondan a formas distintas del poder en el estado.
-Ja!!, se alzó la voz sin forma corpórea…Suena maquiavélico, parece usted gobernante de este país, lo que no debe olvidar es que en el siglo XVI filósofos como Spinoza ya levantaron su voz contra esa concepción de poder,  eso que usted afirma corresponde a un poder cuya finalidad es dominar, acorralar a los súbditos de ese poder, los acorrala por la vía del miedo y esos súbditos buscan escapar de ese miedo porque es la única manera de escapar de la muerte. ¿No se ha dado cuenta que de esa manera nos gobiernan en este país?
Con fastidio el soñador inquirió a la voz sin forma corpórea.
-Así no se gobierna jamás!!!
- Pues en este país sí, ¿Usted cree que aquí se invoca la paz como finalidad de gobierno? Aquí invocar la paz es un recurso electoral, no es la finalidad en si misma, si esa fuera la finalidad el negocio de gobernar se acabaría, lo que menos opera en este país es el ejercicio del poder que tenga como finalidad la paz, la seguridad de la vida, Lo que menos interesa es que la población viva en la esperanza y ejerza el culto de la vida, vuelvo y le repito, esta es una sociedad, este es un país de necesidades básicas, mantener esa circunstancia es la prioridad del gobernante nuestro, aquí gobernar no es progresar, es mantener las cosas como están, y el modelo económico amparado en el deseo de consumir bajo el yugo de la economía de mercado así lo exige.
-¿El modelo de qué? Respondió sorprendido el soñador aunque intuía de lo que se trataba y quería decir  su contertulio…
-La apertura mijo, Dijo la voz, y prosiguió.
-En la apertura lo que vale es el modelo de gobierno que tiene como finalidad dominar, acorralar a los gobernados a través del miedo, el miedo a quedarse sin empleo, el miedo a no poder adquirir lo que el mercado le ofrece y obliga a comprar, hoy la gente le teme a no poder comprar lo que está de moda, la gente está atada al modelo económico y ha perdido calidad de vida, son los tiempos de una muy particular esclavitud.
-Es una vida desagradable, musitó el soñador.
-Bien desagradable, imagínese a qué métodos recurren los gobernantes de este estilo para conservar su poder.
-No me imagino sociedades más unánimes, suspiró el soñador, y hasta el suspiro tenía el aroma de la almendra y ese aroma no le era extraño, era como si estuviera fumando pipa y la picadura tuviera aromas tropicales, en ese momento se imaginó a Gilles Deleuze preparando la picadura pero recordó que aquél tenía uñas inmensas, casi desagradables y recordó que Gilles una vez le contó que se las había dejado de tal tamaño porque en sus yemas no poseía huellas digitales y le dolían los dedos cuando manipulaba las cosas, y que por eso puso en práctica el recurso de dejarse crecer las uñas para poder asir las cosas sin que sus dedos le dolieran……
-¡Ah, Querido Gilles!!!dijo en voz alta..
-¿Se refiere usted a Gilles Deleuze?
-Ni más ni menos
-Grato es recordarlo sobretodo después de tantos años de muerto.
-¿Muerto?. Se sorprendió el soñador.
-Sí, le dijo la voz, Murió mucho después de Foucault.
-¿Estoy Muerto?
-No, usted no, Foucault y Deleuze y Guatari también.
-¿Guatari?. Se dijo a si mismo, y dispuesto a seguir la charada preguntó:
-¿Y cuánto hace que murió Michel Foucault? Enfatizó en el nombre de Michel guardando esperanza de que se tratara de otro Foucault.

-¡Uy! Maestro. ¿En qué mundo anda usted? Michel Foucault, el filósofo francés murió  en junio de 1984, ya lleva  cerca de veinte años de muerto.
-¡Qué sueño tan raro!, pensó, me están contando mi propia muerte y la de mis amigos,
Tembló de miedo y quiso despertar.
-Esta es una situación particular, va  de lo trágico a lo cómico, en definitiva el mundo de los sueños  escapa a cualquier dispositivo, mejor es despertar. ¡No! Mejor es seguir al ritmo de esta extraña cronología, yo sé que acabo de dar un paseo, yo sé que estoy soñando y que por vez primera soy dueño de mi sueño.
-No quiere despertarse.
-Yo si quiero despertarme, le respondió a la voz.
-Según veo usted está despierto, yo me refería a mi compañero de lidia.
-Debe estar soñando. ¿Usted sueña?
-Sí, pero no en diálisis.
-¿Qué le gustaría soñar?
-Me gustaría soñar que converso con un filósofo.
-Usted es muy aburrido
-Usted me preguntó, yo sólo le respondo, no me juzgue.
-Usted es el dueño de su sueño.
-Sí, no lo dude, y recuerde que de los sueños de los demás nadie se ríe, si acaso se disfrutan y gozan con otros cuando se les cuenta lo que solemos soñar.
-Disculpe, no quería ofenderlo.
-Descuide, no me ofende. Le respondió la voz desde los entresijos de la diálisis.
Che chere bru ca manigua, suena el violín y la idea de estar muerto se le desvanece , yo son carabalí, negro yo nací, sin la libertad no puedo vivir, danza el violín, unquele, y no entiende más las palabras del cantor, se deja llevar por ellas y por el ritmo, che chere brucamanigua aeee…. Y el violín se extiende en un diálogo con el flautín.
-¿Le gusta?
-Sí. Responde el soñador. ¿Cómo se llama?
-Se llama bruca manigua
-¿Y Ahora qué suena?
-Un Cha cha chá
Se quiere retirar del lugar, quiere abrir los ojos y volver a la comodidad de su mundo pero la música se lo impide, alguna vez escuchó hablar de música del caribe y oyó que decían algo del cha cha chá…Quizá fue Carpentier en un libro llamado El Siglo de las Luces…Carpentier, un escritor caribeño que amaba a París…Siguió la letra como si fuera un llamado premonitorio, un llamado a su razón de solitario…..Consentir que no vivieras de ilusiones, pon los pies sobre la tierra, no pierdas el tiempo buscando pretextos, ya no creo en tus historias, no, nunca me amaste, acepta esa dura verdad, no me mientas más, no te pesaaará, no has tenido en cuenta lo que yo por ti he soñado, no me siento arrepentida, aun guardo en mi memoria el primer encuentro, tal vez algo divertidooooo, fuimos al dancing y pedimos un rico coctel, el lugar aquel donde la pasé bailando el cha cha chaaa toda la noche contigo, contigo papi, bailando el cha cha chaaa pego mi cuerpo al tuyooooo,  sé que tú quisieras revivir aquel pasado, te lo veo en la mirada….Para hacerlo ahora estoy favorecidaaaaa, sin compromiso podemos volver al lugar donde te embriagué, para siempre estar bailando cha cha chaaaaa toda la noche contigooooooo,bailando cha cha chaaaaa, pego mi cuerpo al tuyo, bailando cha cha chaaaa……Oye, sabes la hora que es y todavía estamos bailando cha cha chaaaa……
La música se oye más lejana mientras las dos voces vuelven a conversar:
-No me diga que todo artista es solitario.
-Sí, y lo mismo se lo podemos adjudicar a los filósofos, es una tarea dura, tome como ejemplo la labor del escritor, es pesada y dura pero lo redime el hecho de que puede transformar sus ideas en sentimientos y el sentimiento puede volverlo a la vez una idea.
-¿También leyó eso en un libro?
-Cierto, si no estoy mal lo dice el mismo Thomas Mann…
-¡Qué poco original es usted!
-Desde que el ser humano apareció en la tierra no hay nada original. ¿Para qué se desgasta buscando mi originalidad? Déjele esa tarea a los críticos de literatura o de arte, ellos se engañan buscando lo original en la bella arte y siempre olvidan las eternas preguntas del ¿quién soy, el qué, el cómo, el cuándo y el dónde? Que dan origen al acto creador y del que surgen respuestas de diverso matiz que quizá ya se han dicho, quizá, y fíjese bien,  el Sócrates de Platón ya las habría respondido.
-Pero hoy esas respuestas tienen el matiz del desarrollo científico.
-Dirá usted del desarrollo de la técnica que  se ha convertido en tecnología.
-¿La tecnología?
-Sí, el paradigma de las sociedades unificadas, las que se han tornado en silos de unanimidad, el paradigma que fundamenta lo que se suele llamar ahora Los Mass media, ese elemento que nos encierra en el mismo saco a todos los pueblos del mundo.
El soñador escuchaba a aquellas dos voces a las que consideraba la creación de su sueño, lo propio de poder manipular su experiencia onírica, se prometió silenciarse y escucharlos, apretó sus labios, frunció el ceño como si pretendiera manifestarles su desacuerdo con algunas cosas que habían expresado, pero aquellos vagaban ya por otros caminos….
Coge el trío Anacleto…. Y suena el tres..Eeehhh, y entra la orquesta……Guantanamera, guajira, guantanamera, guantanamera, guajira, guantanameraaaa, es la música cubana como el canto de un sinsonte, guajira, guantanamera, guajira guantanameraaaa…..como si un beso sonoro me fuera alegrando el día, como si un beso sonoro me fuera alegrando el día me llega tu melodía, guantanamera, guajira, guantanameraaaa, cuando me puse a entonar de mi guajira un pedazo, cuando me puse  a entonar de mi guajira un pedazo, Dios vino y me dio un abrazo para conmigo cantaaarr, guantanamera, guajira, guantanamera, guajira, guantanameraaaaa….De una bonita sitiera un ángel se enamoró, de una bonita sitiera un ángel se enamoró y por eso le cantóoooo…Guajira, guantanameram guajira, guantanameraaaa…Guantanameraaa, guantanameraaaa, guantanameraaaa….Suena el tres y la música se va desvaneciendo….Guantanamera, guajira, guantanamera, guantanameraaaaa……Y luego….Esta noche tiene Don Tomás tremendo Guateque….
Y la música arrebata al filósofo soñador, tan circunspecto él, es una experiencia que jamás ha tenido pero no se puede alejar de la conversación de aquellos dos conectados que sólo tienen voz para él pero a los cuales presiente como ve a los demás, acostados o recostados viendo pasar el flujo sanguíneo hasta no se sabe cuándo pues su sueño, el que ha creado,  no parece tener aún, un final….
-¡Qué rumbón para bailar, guaguancó para gozar!!!! Y el pianista quintea y no deja de quintear, pero el soñador no quiere dejar de escuchar lo que las voces conversan, acaso hablarán de él y de sus postulados, ¿de su filosofía?, no, de seguro no, pero si quisiera podría ponerlos en ese tema, al fin que es su sueño.
La música suena pero el sol no entra por el ventanal con la fuerza requerida para que la conversación de esas dos voces se desvíe hacia la sensualidad. El soñador recordó que aunque de manera muy racional, él había escrito su historia de la sexualidad, un estudio genealógico sobre lo sexual, pero en esta tarde de sol faltaba que no hubiera techo que todo fuera abierto para que el sol abrazase a todos en esta particular sala y todo fuera sensualidad.
Luego se dijo:
-En primer lugar sigo escribiendo una historia de la sexualidad, no estoy muerto, en segundo lugar, este es mi sueño y yo puedo modificarlo, trató, entonces, de quitarle el techo a la sala pero no pudo, quiso que el sol entrara pleno allí pero no pudo crear ese ámbito.Entendió, muy tarde que hasta en los sueños, hay reglas y más si se trata de clínicas.
-Siempre fui muy racional, nooo, no siempre, yo fui amante lector de Baudelaire…
Trató de hacer entrar el sol pleno en su sueño y no pudo. Iba a preguntarse de nuevo el por qué no podía hacerlo pero una nueva melodía lo sacó de su  intento…
Tu ru ruúuuu, y algo así como, Soy la sombra de una pena, volveré a vivir, volveré a cantar, ya verás…..
La guitarra se solazaba, él conocía esa melodía, trató de recordar su título en francés pero sólo logró modularlo en español, con su bota negra puntiaguda y remachada en metal seguía el ritmo.
-Ah!!!! Santana, el divino Santana empuñando la guitarra y extasiado en su Samba pa´ti…..
El ritmo lo enloquece, Karen Magic Black woman, Y el ritmo lo extravía, la guitarra impone su ley…..pliiii, plin, pliiii, guitarra y batería, el rito se exalta, de entre las llamas brota la mujer embrujada, las cuerdas y la percusión se debaten en un juego. ¿cuál juego?, el del plácido rito pagano. En algún lado de su discoteca guarda con cariño ese  disco de comienzos de los años setenta, París del 68 lo hubiera inmortalizado. Su cerebro prorrumpe en recuerdos que lo excitan, lo sacan de casillas, Oye como va mi ritmo bueno pa´bailar mulata.
-Estos dos jamás van a hablar de mi, se dice, nunca podré saber de buena fuente qué se piensa de lo que escribo, son lejanas estas latitudes…!Claro que puedo! Este es mi sueño, y tararea con Santana.
-Make somebody happy, make somebody happy, make somebody happy,lo sigue fiel al ritmo hasta cuando se desvanece y da lugar al estrépitoso nacimiento de Jingo pla pla, dere areee áfrica, jingo, jingo, vaaa….
-Te saludo Dios latino que pudiste componer una canción con nombre de Europa. El ritmo lo eleva en vapores y muy cerca escucha las dos voces parapetadas tras las máquinas de diálisis.
-Los gobiernos absolutos finalmente no le agradan a nadie, un gobernante que se crea con poderes absolutos, que violente a sus gobernados de tal manera que irrumpa con prebendas en el legislativo y que manipule lo judicial en aras de mantener su poder absoluto se vuelve frágil, se dedica a preocuparse por su seguridad personal, se esfuerza en la represión, crea paradigmas fundamentados en su miedo, crea estatutos contra un supuesto terror, habla de la seguridad en democracia, el bien común no le interesa, acuérdese de Maquiavelo, todo gobernante que amenaza a sus gobernados proclamando el miedo permanente es quien más pone en peligro la libertad de su pueblo.
-Me gusta oírle decir eso.

-Que no le guste porque beneficie su credo político partidista, al decirle todo eso estoy pensando en Spinoza, tal como le decía al amigo, ése que está sentado frente a la puerta de vidrio, usted estaba dormido cuando él llegó. Yo le decía que Spinoza ya conocía a nuestros pueblos cuando en algún libro suyo, tal vez la Ethica, decía: “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y su sabiduría no es una meditación de la muerte sino de la vida”.
-Usted sabe que nosotros no somos libres, que estamos presos de la necesidad primaria, que no podemos avanzar más allá de esa esclavitud. Que no vamos más allá de lo básico. Que para mantenernos en ese territorio, ausentes de la búsqueda y de la reflexión, todas las reformas de gobierno se quedan en ese terreno.
Eso le escuchó a las dos voces en diálisis el filósofo que se soñaba sentado frente a una puerta de vidrio en una sala de procedimientos dialíticos, envuelto en su gabán cada vez más raido en una tarde de sol estival donde cada vez más se sumergía en la meditación, y esta vez era un acto propiciatorio porque Santana interpretaba el soul sacrifice.
-Sería interesante escucharles hablar de mi filosofía, se dijo con tono vanidoso y con cierta ansiedad el filósofo.
Santana canta waiting, algo así como si dijera, esperando, y nuevamente se descubrió traduciendo al español, pero esta vez no se sintió acongojado, el músico peroraba pla, pla, mírala cómo mueve la cadera, es Marcela…..Pero a él se le ocurrió que dijo Cristinne.
-Una voz, la de siempre, dijo desde el ámbito de la diálisis.. Ojalá esa canción no dijera Marcela sino Cristina. Y el soñador estuvo de acuerdo mientras Santana decía: En español, en español……vengo esperando a mi novia todo el día, en español, ahora viene mi Marcela a guarachear, en español, el mundo esperando todo el día, en español, este soñ a mi alma no enfría, en español, uayoyoooo, pli, pli, pli, auybeee, mon aueybeee, ueybeee, come in babe pli, ´li, ´liiii, uaaa, ay, ay, come in babe, y zigzaguea la pandereta y la música se diluye y él soñador quisiera que Santana hubiera dicho Cristinne o Cristina como le oyó decir a la voz del dializado, el sol estaba pleno y la guitarra paroxística acomodaba la voz del cantante……Cuando veo el cielo que se está nublando, agua que va a caer, seguro que va a mojar….
- La tiranía del deseo fácilmente se convierte en deseo de tiranía, decía la voz en diáisis.
- Y la otra voz en diálisis preguntó: ¿De qué habla?
- Hablo que  ese es el fundamento del estado civil.
-¿Cuál es ese fundamento?
- Pues evitar el absurdo deseo de dominar.
Y el soñador sentado frente a la puerta de vidrio los escuchaba pensando que si de amores se tratara, Cristinne merecía que le dijera, queriéndote como te quiero, y se dolió de no tenerla en frente suyo para invitarla a caminar y gozar de este sol que presagiaba un caluroso verano, pero todo comenzó a ir mal desde que sus noches se convirtieron en la búsqueda del castigo, el de otros y el de él mismo, todos juntos ratas de calle que de manera siniestra mostraban su homosexualidad en los lupanares parisínos, allí donde la luz era mortecina y los gabanes negros camuflaban la verdad de los cuerpos que ansiaban ser violentados o violentar las sinuosas formas de los muchachitos que se acuestan con cualquiera pensando que los hombres todo lo soportan, soñando que los amparan y buscando refugio de la angustia que deja la combinación coctelera de malos tragos y drogas baratas.
Cuántas veces la genealogía de la sexualidad se hizo evidente en cuerpo propio, cuántas veces arrastró su humanidad dolida y exánime hasta la alfombra de la sala de su casa donde se derrumbaba hasta bien entrada la mañana, eso recordaba mientras escuchaba las voces atadas a la silla del procedimiento, Y las voces se le  escabullían  en medio de la música donde el cantante catalán hablaba de que….La gente va muy bien para tirar del carro y hacer el amor, para ilustrar catálogos, para consumir mitos y seguir la moda, la gente va muy bien para formar ejércitos, la gente va muy bien para darle porrazos y venderles ungüentos….La gente va muy bien como ejemplo de bípedo, que llora, se enamora y usa zapatos, la gente va muy bien para suscribir pólizas, acatar las consignas y pagar el pato….La gente va muy bien, conozco esos plebeyos, soy uno de ellos…La gente va muy bien para aplaudir al jefe…La gente va muy bien para decir que sí, la gente va muy bien, la gente va muy bien para decir que sí y por eso también la genta va muy bien para enjugar las lágrimas…Para cambiar la historia y unidos encontrar el camino del edén…Amén, amén….
Y esas últimas palabras se cruzaron con las de aquellos dos que no paraban de hablar…
-¿Hay que recurrir a las pasiones para gobernar las pasiones?
-Ya le dije que en el siglo XVI no se hablaba de estados edénicos pero sí de la virtud del estado, y esa virtud se definió como ley suprema, la de garantizar la seguridad.
Pero no una seguridad que se apoye sobre unos ciudadanos inmóviles, ni la seguridad que se mantiene porque los asociados acorralados por el miedo se nieguen a tomar las armas. Desde esa época se viene diciendo que la seguridad del estado es la paz, pero la paz nunca será la ausencia de guerra, la ausencia de la rebeldía, la ausencia de la sedición, la paz del estado jamás será el unanimismo ni la impotencia pluralizada de unos ´súbditos que se portan como rebaño…
-Eso es aplicable a estos entornos.
-Corrección, eso es aplicable a toda la humanidad y como le digo,  todo eso ha sido objeto de estudio, si usted quiere,  desde Maquiavelo y Spinoza para no hablar de los griegos….
Y el soñador asintió como si estuviera juicioso escuchando la conversación, pero su sueño plugía por ahondar en los senderos de París tras del cadencioso paso de Cristinne quien le devolvía la experiencia de lo espiritual. Ella era esa forma de lo bello que lo miraba directo a los ojos, era la única sinceramente amable,  era ella quien lo trataba con ternura y lo adoraba, era el único ser que soportaba.
-Que soporto, que he soportado, se dijo mientras en el fondo de la sala sonaba, Yo la vi cantando en París ella quiso estar junto de mi, yo me sorprendí cuando dijo ya da le Yalleo, da le yalleoooo, yalleooo, yalleoooo, vamos caminando felices partiendo pan, tomando vino, yalleooooo, yalleooooo…..
Era una encantadora evocación que lo hizo sentirse bien y desear traer ese sol que abatía el exterior de su sueño, ardía en la necesidad de ser sensual, dejarse transportar al regazo de Cristinne, o por lo menos dejarse acariciar del muchachito tunecino que le hacía, hace algunos meses, sentirse  atribulado de amores bonitos.
Pero por más que lo intentaba no pudo manipular su sueño, estaba atornillado a la silla, frente a una puerta de vidrio, y para colmo de su ansiedad las dos voces guardaban silencio.
Guardar silencio, eso es algo sagrado pero inquietante, ello guardaba una imagen que lo retrotrajo al mundo de su niñez, a su pequeña espiritualidad que forjó su alma contradictoria. Siempre pasaba corriendo por en frente de los cementerios hasta aquella tarde en que acompañó a la amiga de su madre al entierro de su pequeño hijo, todo el tiempo estuvo callado e inquieto porque mientras el sentido unánime de la solidaridad en el dolor se tendía como un manto sobre todos los asistentes al rito funerario, él no podía apartar sus ojos de ella, no podía apartar su mirada de Virginne, una adolescente unos años mayor que él, no pudo, en el trayecto de la iglesia al cementerio, apartar sus ojos de su rostro y de sus ojos negros, no pudo apartar su mirada de su cadera ceñida por el uniforme del Licée, todo el trayecto estuvo ansioso, era víctima de un cosquilleo y un deseo desconocido para él hasta ese momento.
Pero todo se diluyó en horror cuando sobre el arco de la puerta de entrada al cementerio vio la imagen tallada de un ángel que sobresalía amenazador mirándole a los ojos y con su dedo índice en la boca conminándole a guardar silencio, buscó a Virginne pero no la encontró entre los grupos de gentes que se agrupaban para ganar la entrada del lugar, cuando pudo entrar se desvió del cortejo y caminó por la vía central no halló regocijo en ese tránsito y por el contrario el sendero cubierto de árboles le hicieron preguntarse con la agudeza de un niño que piensa con el fervor del escritor, si en ese lugar podía haber belleza eterna o si los cementerios eran la síntesis mezclada de esa belleza eterna y lo profano y lo malvado.
Desde ese día la idea de la muerte no lo abandonó y cada vez que podía se aferraba a la cintura de su madre y con profundo dolor trataba de pensar que ese ser que lo protegía, que era su aliada, nunca iba a morir. Muchas noches el insomnio se apoderaba de él y ahogaba su desespero para no gritar y quedar al descubierto porque todo en él olía a las flores que se colocan en las tumbas recién cerradas.  Esa noche soñando su sueño dentro de una sala de diálisis ese olor penetraba por su nariz y le agobiaba, y más le agobiaba porque ahora no podía escuchar lo que las dos voces clavadas a la silla de los procedimientos conversaban, lo ahogaba el olor a flores de muerto recién enterrado, no pudo , tampoco, con la visión de su gabán cada vez más raido y grasoso, quiso partir de su visión onírica,  pero lo detuvo el nuevo sonido de la música……La, la, laaalaaalalaa, migra, migra,pinche migra, déjame en paz, migra, migra déjame en paz, es hora de reconocer que todos somos una voz, venimos de la misma voz , la, la, la, laaa,…People, people, Ujam, ujam, ujaaaaammm, . pum, chaa, pum, chaa.
Y la guitarra eléctrica se extiende elevando su voz desde el lamento.
Migra, migra, pinche migra, déjame en paz, people, people….
Cuando la adolescencia coronó su vida con nuevas ansiedades y una imperiosa necesidad de andar a solas lo arrastraba por las solitarias calles  de su ciudad, solía recordar la dolorosa jornada de aquel día de entierro y cómo su avidez de lector precoz muchos meses después lo puso en frente de la biografía de Edgar Allan Poe escrita por Charles Baudelaire, recordó la primera vez que vio la foto del poeta con su rostro cruzado por las emociones, el paroxismo y el sufrimiento, su rostro delineado por el sufrimiento provocado por la enfermedad. Se dedicó a leer esa biografía hasta detenerse en aquel poema que fue el estandarte de su niñez y de su adolescencia, y lo repasó en su lengua de origen ahora sentado frente a la puerta de vidrio, dentro de su sueño, como si ya estuviera muerto sin atreverse a preguntarse por qué había abierto la puerta que lo condujo a esta sala de diálisis.
From chilhood´s tour i have not been  as others were i have not seem…
Pero para estar a tono con la atmósfera por él creada en su sueño, musitó el poema de su infancia y adolescencia improvisando una traducción al español:
Desde el tiempo  de mi niñez, no he sido como otros fueron, no he visto como otros vieron, no pude llevar mis pasiones desde una común primavera. De la misma fuente no he tomado mi pena; no se despertaría mi corazón a la alegría con el mismo tono; y todo lo que quise, lo quise solo. Entonces en mi niñez –en mi niñez- en lo profundo de una tempestuosa vida, era dibujado desde cada profundidad de lo bueno y lo malo el misterio que todavía me ata:  desde el torrente o la fuente, desde  el rojo precipicio de la montaña, desde el sol que alrededor de mí giraba en este verano teñido de oro desde el rayo en el cielo que pasaba junto a mí volando, desde el trueno y la tormenta, y la nube que tomó la forma (Cuando el resto del cielo era azul) de un demonio a mi vista.
-¡Qué vivos están esos días en mi vida, sobre todo ahora que estoy muerto, o que me estoy muriendo!. Eso pensaba, y tenía ganas de escuchar la música que escuchaba minutos después de ingresar en esta sala de su sueño, pero la música ahora le reafirmaba su idea de la muerte, no se sentía muerto, en este instante sentía la sangre apoltronada en su cuello y su cuerpo pesado comenzaba a hacerse liviano.
- Me estoy muriendo, pensó, y ya no tuvo que hacer esfuerzo alguno para reconocer la música que llegaba hasta sus oídos, era la versión musical que para la película Drácula había hecho Philip Glass con el Kronos Quartet, sonaba The Crypt, y los dos dializados conversaban de algo conocido por él, la música invadía el lugar y acrecentaba la sensación de muerte que tenía en ese momento.
-No hombre, él ya planteaba las modalidades de la relación entre poder y saber en vigilar y castigar, es una implicación mutua en la que nos dice que no podemos analizar el saber sino en relación con una forma de poder correlativo, por eso al analizar un campo del saber, según Foucault,  tenemos que referirnos a las relaciones de poder que en él circulan o que él singularmente constituye.
Eso quiere decir, ni más ni menos,  que cada vez que emprendamos un análisis sobre un tipo especial de relaciones de poder no podemos perder de vista el saber que esas relaciones de poder producen.
El soñador tuvo escalofríos que le resultaron consonantes con la música de Glass que en ese momento iba de la London fog   al lento ritmo de In the theatre.
-En un teatro,  el teatro de mi sueño y de mi decadencia me siento yo, es como si estuviera asistiendo a la tragicomedia de dos actores, vivos,  muy vivos pero atados al dispositivo más poderoso, una máquina que les prolonga la vida.
- Sí hombre, él se desplaza de la arqueología a la genealogía sin que ello implique una ruptura en su pensamiento; lo que le puedo decir es que yo entiendo que su interés por las relaciones de poder tiene mucho que ver con la lectura que hizo del pensamiento de Friederich Nietzsche  a quien consideraba el filósofo que mejor trabajó las relaciones de poder.
A esta altura de su sueño no quiso sorprenderse de nada, recordó cómo apenas unos segundos atrás había deseado ser objeto de la conversación, y ahora la música estallaba en sus oídos, era When the dream comes, Volvió a pensar que no era tiempo de partir de su sueño, que estas dos voces que parecían salir de las máquinas de diálisis, algo más tendrían que decir…..
-Imagínese usted a un médico nefrólogo amparado en su conocimiento y reconocido como una autoridad, es decir, ejerciendo su poder, aceptando que los pacientes renales son costosos para el Estado y que está en capacidad de reducir el alto costo decidiendo cuales pacientes son suceptibles de tratamiento y cuáles no.
- No me asuste, dijo la otra voz, no me asuste…..
- Pues  es de la única manera que le puedo sustentar las relaciones de poder-saber y cómo inciden ellas en nuestra vida cotidiana.
El soñador se estremeció y se sintió manejando la escena de un teatro. Sentado en la cabina de sonido, bajando y subiendo el mix con las cortinas de Glass Como marco de la conversación, entonces esta vez le dio paso a Women in White mientras trataba de volver a escuchar aquellas voces que trataban de poner el discurso del saber y el poder en lo cotidiano.
-Piense en lo que le acabo de decir, el discurso de un especialista se convierte en un discurso de verdad, si un nefrólogo plantea desde su discurso la posibilidad de decidir a qué paciente le suspende el tratamiento para abaratar costos dentro de la política de ahorro de un gobierno, lo que está claro es que su saber se convierte en un discurso verdadero, entonces lo que deberíamos hacer es al igual que Foucault, preguntarnos, analizar o describir esa verdad, las formas o reglas mediante las cuales se establece la división entre lo verdadero y  lo falso. De lo que  le hablo es de lo que hablaba el sapiente Foucault, le hablo de que en una decisión como la que tomaría el nefrólogo lo que nos debe interesar es el problema político-filosófico de los efectos de poder que se mueven entre los enunciados y por lo tanto de la voluntad de verdad a la cual obedece la producción del discurso del nefrólogo que justifica abaratar costos decidiendo por la vida de un paciente.
Y el soñador a pesar de que hablaban de sus postulados, muy a comodidad subió el mix imaginario, y de la escena se apoderó la cortina The end of Drácula , y siguió escuchando a aquellas dos voces pegadas a la máquina de procedimientos, ellas hablaban de algo siniestro:
-De lo que le estoy hablando es que un nefrólogo dentro de la política de ahorro estatal sí puede ser una especie de Díos decidiendo por la vida de sus pacientes, su voluntad de verdad nos habla , entonces,  de formas de control, selección, organización y distribución de los enunciados en apoyo de las políticas de ahorro, es decir, usted y yo y todos los pacientes de alto costo somos una cifra en la estadística, no sólo la gubernamental ni la del administrador, sino, y esto es lo terrible, en el discurso  del médico especialista…….

-Entonces de lo que habla su filósofo es que ¿la analítica del poder está ligada a la analítica de la verdad?
- Cierto, lo que él le dijo a Bernard-Henri Lévy, en una conversación, es que a él le preocupaban los efectos de poder y el de la producción de verdad.
El soñador recordó gratificado esa conversación y a su amigo, y subió de nuevo el mix imaginario y esta vez sonó, The storm.
-El lo planteó en su momento  como el problema de “La política de la verdad”, lo propio de una sociedad, esto tiene un significado muy claro en estas épocas de tecnocracias, si un nefrólogo, para volver a traer el caso que venimos planteando, quiere ponerse del lado de esas tecnocracias es porque está consciente que tiene poder,  que su poder proviene de su saber, que su poder crea objetos de saber y que sobretodo los hace emerger, que de igual manera el saber, su saber en este caso,  es un vehículo de relaciones de poder, es decir, que esas relaciones de poder pasan  por su saber y que configuran una política del saber como diría nuestro filósofo. Y no pierda de vista que si se erige el discurso científico como el único discurso verdadero lo que se está haciendo es descalificar otros saberes.
-Ajá.
-Fíjese que en la validación del alto costo el discurso científico y administrativo se juntan, tienen los mismos dispositivos, funcionan como una red en la que se juntan la institucionalidad,  las disposiciones arquitecturales, las disposiciones administrativas, los enunciados científicos las proposiciones filosóficas, morales o filantrópicas. Esos dispositivos enunciados o no enunciados en discurso son estratégicos, así lo hace saber nuestro filósofo cuyos estudios, como usted lo puede entender, se pueden ver aplicados a cada momento, en la cárcel, en la clínica y en nuestras instituciones educativas; esos dispositivos, le decía, según nuestro filósofo, tienen carácter estratégico por el hecho de responder a tipos especiales de intervención, manipulación, bloqueo, reorientación, utilización de las relaciones de fuerza que en él entran en juego. Fíjese que el dispositivo está inscrito en el juego de poder.
Y el soñador estaba pleno de afecto, en ese instante hacia aquellas dos voces que habitaban y discutían sobre temas que pertenecían a su esencia y que lo expresaban con ejemplos de su propia experiencia alcanzando rangos vehementes, de ahínco pero no por ello faltos de cultura y buen gusto, ….
-Y eso que están atados a lucha por la supervivencia, se dijo.
Quiso verlos, mirar sus caras, pero no pudo y sólo atinó a adivinar la genialidad espiritual de aquellos dos cuya estatura le hizo pensar que eran cual Prometeo atado al Caúcaso, muriendo y renaciendo en sus entrañas corrompidas por el pico del ave, pero a la vez divinos y demoníacos tal como son los verdaderos seres humanos, y como se sentía tras bastidores manejando los hilos de la vida, remató lo dicho pensando que en la circunstancia más difícil surge la verdadera condición humana y subió el mix…..El aíre melancólico de un violin lo sobresaltó y le hizo saber que una mezcla de ritmos se le venían encima, y era como si un cantor, supo que uno de los más célebres del Caribe, leyera su proclama final….
“Hay quien ve una luz al final de su túnel y construye un nuevo túnel pa´ no ver y se queda entre lo oscuro y se consume lamentando lo que no llegó a ser. Yo no fui el mejor ejemplo y te lo admito, fácil es juzgar la noche al otro día, pero fui sincero y eso si lo grito; que yo nunca he hipotecao al alma mía, si yo he vivido parao, ¡Ay! Que me entierren parao,, si pagué el precio que paga el que no vive arrodillao, la vida me ha refregao pero jamás me ha aplanchao, en la buena y en la mala voy con los dientes pelaos, sonriendo y de pie, siempre parao….Las desgracias hacen fuerte al sentimiento si asimila cada golpe que ha aguantao, la memoria se  convierte en un sustento celebrando cada río que se ha cruzao, me pregunto cómo puede crecer vivo  el que existe pa´culpar a los demás, que se calle y que se salga del camino y que deje al resto del mundo caminar, a mi me entierran parao, !Ay!  que me entierren parao, ahí te dejo mi sonrisa y todo lo que me han quitao, lo que perdí fue llorao,  si yo he vivido sobrao, dando gracias por lo que en la ruta me he encontrao, subo el reto en carne propia, de mi conciencia abrazao,  parao, aunque casi me haya ahogao, sigo parao…Paraooo…..
Se dolió de no haberla escrito esta letra pero le pareció que se acomodaba a su vida de reflexión y a su continuo develar los dispositivos con que unos hombres dominan a otros.
Supo que era hora de despertar y saber si ya había muerto, si la vida le jugaba una mala pasada a su racionalidad o si como lo sentía en este momento,  estaba muriendo en una prolongada agonía, congestionado de sangre a punto de estallar entre miles de infecciones y su congestión cerebral. Quiso despedirse de aquellas voces de su sueño pero igual que un momento atrás, no pudo moverse,  súbitamente quiso besarlos y agradecerles que hoy, o treinta años después, ellos trataran de  madurar sus ideas en un tiempo que se inclinaba, según lo entendió,  ante los valores de la economía de mercado los bendijo contrario a su costumbre de laico, ateo y  racional, deseó que le ganaran durante mucho tiempo a la muerte y le pidió a la muerte otros segundos para su sueño.
-Lo ético es la reflexión permanente acerca de lo que es bueno o es malo, pero en esta coyuntura de crédulos e incrédulos, en este mundo que busca perfilar las meras ganancias económicas, nosotros atados a estas máquinas debemos intentar una reflexión moral, debemos ser conscientes que hay una cuerda tensa entre lo que se considera bueno y lo que se piensa que es justo, por eso debemos mantenernos alerta, esto es lo esencial en la esfera de los valores que nuestras sociedades profesan. Si decimos que no somos mercancías y mucho menos cajas de herramientas o de empaques, frente a esa actitud y ese calificativo que nos señala en el   contexto de este país como enfermos de alto costo, tenemos que tomar nuestras propias decisiones y actuar en consonancia moral haciendo lo que consideramos bueno, lo que te estoy diciendo es que debemos tener clara nuestra reacción inmediata frente a la situación que nos apremia, ¿Entiendes?
-Entiendo.
-Quiero decir que debemos ser conscientes frente a lo que rechazamos para que prevalezca nuestra libertad de elegir, de decidir y de actuar, lo demás sería sucumbir al miedo que nos genera una autoridad inconsciente de su responsabilidad social. Nuestra responsabilidad es clara,  si no somos libres para decidir, no somos responsables de nada y se habrá roto la confianza que nos debemos entre las personas. Nadie debe obedecer las reglas por el mero hecho de que sean reglas, si en algún momento de la vida, como lo sugieren estos tiempos, llegamos a ello pues nos jodimos y estaremos a merced de los mandatos negativos que tendrán más fuerza que los mandatos positivos, pues son estos mandatos positivos los que son más difíciles de hacer concretos y tienen que ver con las decisiones personales, lo que primaría al fundamentarse los mandatos negativos sería una moral de hielo llena de prohibiciones y nosotros estamos vivos a pesar de ser catalogados como enfermos de alto costo, y como seres vivos somos como la moral plena de vida, estamos plenos de la luz del mundo trascendental en el que dimos inicio a nuestra vida, del cual provenimos y del cual nos nutrimos………
El soñador dejó escurrir una lágrima y en silencio se despidió de las voces amigas que había creado en su sueño, se dispuso a atravesar la puerta de su sueño y entregarse a la verdad de lo que le deparaba la vida en aquél extraño día. Traspuso el umbral y se sintió atribulado como estuvo la tarde del 19 de marzo de 1975 en su clase cuando finalizó  ese ciclo que hablaba de la psiquiatría y del racismo, de la psiquiatría y la defensa social, había ofrecido tratar de retomar el problema del funcionamiento, a fines del siglo XIX,  de la psiquiatría como defensa social y la psiquiatría del orden. Allí ya no pudo recordar si lo cumplió, olvido que por lo menos habían pasado desde ese instante nueve años, pero la  historia académica registra que lo hizo a cabalidad en el seminario de 1976 poniéndole fin al ciclo de investigaciones dedicadas a la pericia psiquiátrica iniciada en el año de 1971.
-Michel, amigo mio, despierta….
Y el soñador despertó hallándose entre los brazos tibios de una mujer que no conocía, el primer efecto lo fastidió. El ambiente de su  habitación estaba lleno de la voz del gorrión de París que cantaba:
Amour du mois de mai….
-Mon cheri, ha llegado la hora de que vengas conmigo, le musitó al oído la hermosa que le cubría el rostro con sus cabellos.
-Cántame, le dijo, Y ella le preguntó cuál canción quería escuchar. El le dijo con la boca reseca que le cantara, Non je ne regrette rien…..
Y ella le dijo que lo lamentaba pero que esa canción ya se la había cantado a un chico japonés que estaba demasiado cansado para morir, en una película, y él le sonrió pensando que a ésta le gustaban algunos huesos aunque ella no se le apareciera tan huesuda como la pintara Chaplin  en una película de la que ahora no recordaba su título, y ella leyéndole el pensamiento, le respondió:
-Nada de huesos, yo estoy en la vida rosa y en la vida dolorosa, y hasta los huesos tienen valor en el cine.
Y él sonrió pensando que se iba a morir y que estaba discutiendo de cine con ella, y ella le responde.
-Prefiero todas las muertes que me ponen a protagonizar en el cine porque dan dolor pero son menos escabrosas que la muerte en la vida real, son más poéticas por lo menos, pocas lo son en la vida real, pero la tuya la haré de tal manera….
Y él la recordó como la pintó el director Bob Fosse o fox. No recordó la escritura del apellido y poco le importó porque la recordaba hermosa tras de su velo cantándole al director escenógrafo en El show debe seguir, mientras ella le decía:
-Pero esa no es la escena que te corresponde, aunque te confieso que me gustó esa creación.
-Ya es hora amado mío, tienes que venir conmigo, La Piaf ya canta, ….
Y él aguzó el oído y la oyó cantando Le Geste, y se imaginó que corría de la mano de su reciente joven amante tunecino por una extraña y desconocida calle de Túnez. Y la otra imperturbable le dijo:
-Este tampoco es tu final, ¿Sabes? , yo también estuve al lado del poeta de Bostón, y a pesar de su vida agitada me senté  a su lado la noche que escribió el poema, A dream within a dream, , ese día me rebelé porque amaba a ese hombre y no quería que siguiera sufriendo como le venía sucediendo hasta ese momento con su esposa enferma. Debo confesarte que quise encarnar en aquella pequeña para sentir los placeres que me hubiera prodigado mi poeta amado. Además fui felíz cuando me le aparecí en la febril noche de Baltimore, , lo besé intensamente y desde ese instante guardo  para siempre el aliento de mi amado que desde ese momento ya no supo del dolor ni siquiera al momento de expirar en el hospital a donde fue llevado por las gentes que lo hallaron exánime en el parque.
Y el soñador recordó al poeta maldito y le cantó a ella los tres últimos versos del Enemie que con sigilo en un breve instante, a esa hora prodigiosa, un profesor universitario de la Uiniversidad del Valle de nombre Estanislao Zuleta,  que se embriagaba para olvidar su continuo temor a la muerte le susurró al oído:
-Cántaselo al oído, le dijo y él lo hizo…….
Oh! Dolor, el implacable tiempo nos devora la vida y el oculto enemigo que roe el corazón. con nuestra propia sangre crece y se fortifica.
Y ella lo abandonó por un momento para recordar al maestro Estanislao, el traductor a quien conocía muy bien, ese venerable autodidácta  que moriría a comienzos de la década de los noventa frente a su biblioteca, en su apartamento en que una de sus ventanas le abría vista a los patios de entrenamiento  de los soldados reclutados en la tercera brigada ubicada en ese país que se torturaba y asesinaba hombres y mujeres que su hermana, la guerra, sacrificaba con asquerosa satisfacción.
-Ve, ya es hora, le dijo,  tu camino es eterna, el sendero del fin eterno se abre ante ti. Y el gorrión cantaba Le Geste, y él sin miedo avanzó hacia la senda que ella le indicaba, y ella le tomó la mano y luego mientras le declamaba A dream within a dream, se la fue soltando: Take this a kiss upon the brow! And, in parting from you avow – you are not wrong, who deem that my days have been a dream, yet i f hope has flown away in a nigth, or in a  day, in a visión, or in none, is therefore to less gone? All that we see or seem is but a dream within a dream.
Y él siguió su ineluctable camino, nada le importaba y prosiguió con el poema empecinado en hacerlo en español….Yo permanezco en el rugido de una ribera atormentada por las olas, y tengo en la mano granos de arena de oro. ¡Qué pocos y cómo se escurren entre mis dedos al abismo, mientras lloro, mientras lloro! ¡Oh Díos! ¿NO PUEDO SALVAR NI UNO,  DE LA DESPIADADA OLA?
¿Todo lo que vemos o parecemos no es más que un sueño dentro de un sueño?
Y ese último verso lo cantó con el poeta de Bostón quien lo tomó de gancho, y se adentró por un camino sin memoria y detrás de ellos el Gorrión de París  llevando de la mano al enamorado joven amante tunecino, cantaba El hymne a l´amour, y él no se sentía agotado, él no se lamentaba, y ahora caminaba junto al poeta, al lado  de la cantante y abrazado de su joven amante, con la plenitud de lo que había hecho en la vida, tranquilo como si apenas comenzara la vida y ya nadie le pudiera quitar lo vivido.

La carnicera, por Xenia Guerra

Xenia Guerra, investigadora y docente en el Departamento de Literatura de la Universidad de Los Andes en Venezuela.

Ya no me calienta el porno. Ismelita a quien le faltaba el genio pero le sobraban deseos, sintió que era tiempo de colgar el camisón, de usar la cama para descansar. No porque estuviera vieja, aunque lo estaba, mucho menos por un moralismo tardío, Ismelita quería pensar. Conoció a Rubén en el banco, lo escuchó hablar de política como lo escucharon atentas muchas otras personas en la fila. Ismelita lo esperó fuera del banco, le invitó un café, prefería una cerveza, pero le pareció elegante decir “café”. Rubén aceptó, le pareció elegante aceptar.  Sentados en la mesa, ella lo felicitó por lo que había dicho en el banco, Rubén le agradeció y le preguntó qué era exactamente lo que le había gustado oír, Ismelita le confesó que no había entendido nada, pero que lo felicitaba por lograr que la gente lo atendiera, si no fuera por estas yo no recibiría una mirada, dijo Ella señalándose el pecho. Sin incomodidad, Rubén sonrió mirándole la masa que le indicaba y creyó que conocía el rumbo de la conversación hasta que Ismelita le dijo que ya no puteaba, lo decidió cuando lo escuchó hablar, quería decírselo, no agradecérselo, a mí me gusta coger, dijo ella, pero ya no me interesa putear con mis clientes. Ismelita era carnicera, pasaba la mitad del día detrás de un mostrador salpicando sangre y cortando animales. Según ella, algunos clientes son hombres muy pobres que llegan a regatear cuando estoy cerrando la tienda, yo les miro la miseria y ellos me miran las tetas, pero de la mayoría termino enamorada, lo sé porque nos hacemos  videos en el cuarto frío. Ismelita también sabía que en el trabajo no cabían los sentimientos, por eso quería, como Rubén, aprender a usar las palabras en la cabeza. Rubén accedió a prestarle algunos libros para conversarlos. Ismelita no logró convencerlo de pagarle con carne.

Imagen: Bresson